Creo que era Julio, porque estaba empapada en sudor. Quizá era por lo que me disponía a hacer, más que por el torrezno que caía sobre Madrid.
Y es que una Diana recién llegada, tenía claro cuál era su objetivo. Tras meses siguiendo el trabajo de Juan Pablo Felipe (pero no en plan acosador enfermizo, sino fanático inofensivo), sabía a qué iba a Madrid y dónde quería estar situada.
Así que allí estaba yo, a las dos de la tarde, sentada en uno de los sillones de la antigua posada El Chaflán esperando a que Juan Pablo volviese de comprar...
Hay que decir que no llegué hasta allí por decisión propia. Mi, por aquel entonces, compañero de batallas culinarias y sentimentales me empujó ligeramente a hacerlo, mostrándome que mediante perseverancia, podías conseguir casi cualquier cosa. Es una de las cosas más importantes que me llevo de él, porque me hizo despertar.
Así que tras este paréntesis, con currículum en mano y hecha un manojo de nervios, apareció Juan Pablo. Me enseñó la cocina (creo que por aquel entonces faltaba "poco" para que empezase la reforma) y el comedor y guardó mi currículum.
Prometí volver, y así lo hice.
Como algunos sabréis, las circunstancias personales y laborales de Madrid me absorbieron y destruyeron poco a poco, y cuando hubo lugar para mí, ya tenía otros planes fuera de allí.
La cocina de Juan Pablo me parece muy delicada y cuidada, con presentaciones realmente impresionantes y sabores muy bien combinados (y el día que comí alli, corroboré mis sospechas), así que sigue en mi lista de chefs de los que aprender.
Y después de esta
introducción tan emotiva, vamos a lo importante: la comida.
Y no solo la
comida, sino la decoración.
Hay que decir que
lo primero que hago al entrar en un restaurante (y supongo que lo hacen todas
las personas con ojos) es fijarme bien en los detalles: lo que le distingue o
no del resto, el tipo de decoración, los cubiertos, las plantas, los cuadros...
Lo que sea que me de una ligera idea de dónde me he metido.
Cuando entré en
Chaflán me sentí terriblemente tranquila. Juan Pablo me condujo a un comedor
con colores alegres y vivos (pero no de los que te producen infartos, sino
felicidad y tranquilidad).
Curiosamente
amarillo, verde y morado, los colores que elegí hace relativamente poco para
decorar una postal de agradecimiento. Combinan bien.
Suerte que, a la
hora de elegir los platos conté con su inestimable colaboración, ya que me
sentí un poco abrumada (¡quería probar todo!).
Los metres ya
empezaban a mirarme con cara perruna, porque vinieron a mi mesa tres veces a
preguntar si me había decidido y a respuesta fue no.
Cuatro tipos de
menús donde elegir, y un total de casi cuarenta platos con los que deleitar al
paladar. Al final la elección fue la acertada (y creo que cualquier otra lo
habría sido, de igual manera):
Steak tartar en albóndigas con manzana |
El detalle de que
el pan te lo den cortado en cuñas y formando un todo nuevo con dos tipos
diferentes, me pareció muy original y vistoso. Pan calentito y para elegir.
El steak era
bastante diferente a lo que he probado en otros sitios, lo cual me gustó
también, porque para comer siempre el mismo, me lo hago en casa... Tenía un
toque dulzón al final, pero no empalagoso. El huevo explotaba en la boca (la
verdad es que de todos los huevos de codorniz escalfados que he mordido, este
se lleva la palma a la película más fina a su alrededor) como si no hubiera
mañana.
Torrija de jamón y tomate |
En cuanto a la torrija... Como
os imaginaréis, y dada mi trayectoria torrijil, me llamó mucho la atención, no
solo por ser salada sino por ser de tomate y jamón (que es mi dieta desayunera
diaria), así que no me pude resistir a probarla. La textura era bastante
sorprendente y bien cuidada (allí donde en otros sitios está a medio impregnar,
o está totalmente dura, esta se parecía a mi esponja de rizo enjabonada [aunque
seguro que no saben igual]).
El atún, terso y sobre todo e
importantísimo: atemperado. Cuántas veces se me han caído los ojos y la lengua
de probar un atún (encima en bloque, que es aun más dificil mantenerlo
atemperado sin que se te pase) caliente por fuera y antártico por dentro. Los
mini tomatitos cherry-rama me trajeron algún que otro recuerdo acaramelado
(porque yo diría que están secados al horno, y se han concentrado sus
azúcares). Y, ¿qué decir del brunoise? Casi me saco un ojo para inspeccionarlo,
porque veía algo blanco que no era capaz de identificar.
Cous cous de coliflor. ¡Cuánto tiempo sin verlo! La verdad es que odio la
coliflor (como la mitad de los alimentos, jaja), pero estaba muy bien integrado
en el conjunto.
A decir verdad,
el atun, en cuanto a presentación, se lleva el premio, me dejó
"loquísima". Creo que lo voy a imprimir en DIaN-A3 y ponerlo en la
pared de mi cuarto :D
Costillas de buey Wagyu |
El plato de las
costillas de Wagyu, fue seguramente el que más elementos interesantes y
diferentes tenía (en cuanto a elaboraciones y texturas).
Empezando por la
crema de manzana, su licuado y el crujiente de chutney con especias.
Tarta de manzana con helado de sidra |
Al llegar al
postre supliqué una ración mínima, porque estaba apunto de caer rodando de la
silla. Y al ojear las opciones, lo tuve claro: tenía que ir a por la tarta de
manzana.
Muchos chefs se
han autocoronado diciendo que tenían la mejor tarta de manzana pero… ¿Era
cierto?
No me voy a meter
en cuál es la mejor, la peor, aunque hay pretendientes… Pero ¡Subijana me libre de abrir la boca!
Esta tarta, desde
luego, era diferente. Y a esto no le gana nadie. Para nada pesada, no
empalagosa y con el toque de tarta de manzana que debe caracterizar… A una
tarta de manzana. Espectacular, y no digo más (que ya estabais todos con las
libretas para copiar, zorros), ¡id a probarla!
Tras una comida
redonda, Juan Pablo nos deleitó con una visita a la Posada. Sinceramente, no he visto un hotel más alegre.
Si hay algo que
puso nombre a la visita en cuestión fue “DIFERENTE”.
Puedes hacer lo
mejor del mundo, y otros llegarán a hacerlo como tu. Pero si haces algo
diferente, no dejarás… ¿A nadie indiferente?
Un sitio
recomendable al cien por cien. Como él mismo dijo: “Quise crear un espacio en
el que a nadie pueda apetecerle estar triste o enfadado. Miras a tu alrededor y
desaparece todo lo negativo.”
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