miércoles, 17 de abril de 2013

Cascajares (Salón de Gourmets 01)


Una de las cosas buenas que tiene el Salón de Gourmets, así como otros eventos gastronómicos de este tipo, es que es un lugar de encuentro y reencuentro. Toda la fauna y flora gastronómica pasa en algún momento por uno de estos acontecimientos.

Y lo bueno de éste en concreto es que, en los últimos veinte años, Cascajares no ha faltado (me lo han chivado, no suelo perderme estos eventos, pero con dos años aun no iba jaja).
Por supuesto es un stand de paso obligatorio: primero porque pertenece a Tierra de Sabor, que es denominación de origen de mi comunidad autónoma, y segundo porque el comercial a cargo, Simón (un Vallisoletano tan majo como yo [que no me quedan abuelas]), no dudará en solucionar todas las dudas “cascajariles” que tengas.

En esta ocasión pude disfrutar de un show cooking con las carrilleras de buey al vacío de Cascajares, a manos del cocinero que Tierra de Sabor tenía contratado para sus presentaciones. 
Mientras el uno guisaba y rodeaba la carrillera de salsas y guarniciones, el otro nos contaba la historia de esta fábrica que poco a poco ha ido extendiendo y abriendo horizontes.

Sus fundadores, Francisco y Alfonso, se juntaron en 1992 y empezaron poco a poco, como sin darse cuenta de la que iban a armar años más tarde:
Criaban capones en Zamora, vendiéndolos a cocineros de Valladolid y Palencia.
La cosa empezó a mutar cuando los cocineros nos volvimos locos; queríamos los ingredientes más limpios para hacer virguerías con éllos sin tardar dos siglos.
Así pues, los empezaron a pedir sin plumas, sin piel, sin cabeza, sin carne… (jaja)

Al ver que el tema funcionaba, empezaron a procrear capones, y se encontraron con una sobrepoblación caponil, ante lo cual decidieron cocinarlos y enlatarlos. Y ahí es donde nació el Cascajares que conocemos hoy en día.
La verdad es que es un poco como el cuento de la lechera, solo que en vez de imaginárselo, iba ocurriendo y les fue bien.

A estas alturas, a parte de tener una fábrica en Canadá desde 2007, también tienen un pavo de Thanks Giving a medias con Jose Andres (el afamado cocinero que se hizo las Américas, que tenía un programa en la 1, si no recuerdo mal, en el que no paraba de acariciarse las manos y chocarlas), lo que por cierto quiere decir que sí, junto con él, han hecho las Américas.

Su mayor gol fue “colarse” en el banquete de la boda de los príncipes, ya que a partir de ahí todo el mundo quería probar el capón degustado por las altas alcurnias de España.

Además de su tremenda trayectoria, tienen una fundación a favor de discapacitados, para la cual suelen hacer un evento a principios de Diciembre en el que se subastan capones navideños (sin gorrito de pompón rojo y blanco, lo siento).

En cuanto a las redes sociales, están muy involucrados, y suelen postear noticias interesantes, tanto suyas como del ámbito gastronómico, así como fotos de la elaboración de sus productos, sus instalaciones, o su equipo en pleno trabajo.

A tener muy en cuenta, y sobre todo… ¡A probar!

domingo, 14 de abril de 2013

El Chaflán, Madrid



Creo que era Julio, porque estaba empapada en sudor. Quizá era por lo que me disponía a hacer, más que por el torrezno que caía sobre Madrid.

Y es que una Diana recién llegada, tenía claro cuál era su objetivo. Tras meses siguiendo el trabajo de Juan Pablo Felipe (pero no en plan acosador enfermizo, sino fanático inofensivo), sabía a qué iba a Madrid y dónde quería estar situada.


Así que allí estaba yo, a las dos de la tarde, sentada en uno de los sillones de la antigua posada El Chaflán esperando a que Juan Pablo volviese de comprar... 
Hay que decir que no llegué hasta allí por decisión propia. Mi, por aquel entonces, compañero de batallas culinarias y sentimentales me empujó ligeramente a hacerlo, mostrándome que mediante perseverancia, podías conseguir casi cualquier cosa. Es una de las cosas más importantes que me llevo de él, porque me hizo despertar.
Así que tras este paréntesis, con currículum en mano y hecha un manojo de nervios, apareció Juan Pablo. Me enseñó la cocina (creo que por aquel entonces faltaba "poco" para que empezase la reforma) y el comedor y guardó mi currículum.
Prometí volver, y así lo hice.


Como algunos sabréis, las circunstancias personales y laborales de Madrid me absorbieron y destruyeron poco a poco, y cuando hubo lugar para mí, ya tenía otros planes fuera de allí.
La cocina de Juan Pablo me parece muy delicada y cuidada, con presentaciones realmente impresionantes y sabores muy bien combinados (y el día que comí alli, corroboré mis sospechas), así que sigue en mi lista de chefs de los que aprender.




Y después de esta introducción tan emotiva, vamos a lo importante: la comida.
Y no solo la comida, sino la decoración. 
Hay que decir que lo primero que hago al entrar en un restaurante (y supongo que lo hacen todas las personas con ojos) es fijarme bien en los detalles: lo que le distingue o no del resto, el tipo de decoración, los cubiertos, las plantas, los cuadros... Lo que sea que me de una ligera idea de dónde me he metido.

Cuando entré en Chaflán me sentí terriblemente tranquila. Juan Pablo me condujo a un comedor con colores alegres y vivos (pero no de los que te producen infartos, sino felicidad y tranquilidad).

Curiosamente amarillo, verde y morado, los colores que elegí hace relativamente poco para decorar una postal de agradecimiento. Combinan bien.

Suerte que, a la hora de elegir los platos conté con su inestimable colaboración, ya que me sentí un poco abrumada (¡quería probar todo!).

Los metres ya empezaban a mirarme con cara perruna, porque vinieron a mi mesa tres veces a preguntar si me había decidido y a respuesta fue no.


Cuatro tipos de menús donde elegir, y un total de casi cuarenta platos con los que deleitar al paladar. Al final la elección fue la acertada (y creo que cualquier otra lo habría sido, de igual manera):
Steak tartar en albóndigas con manzana

El detalle de que el pan te lo den cortado en cuñas y formando un todo nuevo con dos tipos diferentes, me pareció muy original y vistoso. Pan calentito y para elegir.

El steak era bastante diferente a lo que he probado en otros sitios, lo cual me gustó también, porque para comer siempre el mismo, me lo hago en casa... Tenía un toque dulzón al final, pero no empalagoso. El huevo explotaba en la boca (la verdad es que de todos los huevos de codorniz escalfados que he mordido, este se lleva la palma a la película más fina a su alrededor) como si no hubiera mañana.

Torrija de jamón y tomate
En cuanto a la torrija... Como os imaginaréis, y dada mi trayectoria torrijil, me llamó mucho la atención, no solo por ser salada sino por ser de tomate y jamón (que es mi dieta desayunera diaria), así que no me pude resistir a probarla. La textura era bastante sorprendente y bien cuidada (allí donde en otros sitios está a medio impregnar, o está totalmente dura, esta se parecía a mi esponja de rizo enjabonada [aunque seguro que no saben igual]).






Atun rojo a los tomates
El atún, terso y sobre todo e importantísimo: atemperado. Cuántas veces se me han caído los ojos y la lengua de probar un atún (encima en bloque, que es aun más dificil mantenerlo atemperado sin que se te pase) caliente por fuera y antártico por dentro. Los mini tomatitos cherry-rama me trajeron algún que otro recuerdo acaramelado (porque yo diría que están secados al horno, y se han concentrado sus azúcares). Y, ¿qué decir del brunoise? Casi me saco un ojo para inspeccionarlo, porque veía algo blanco que no era capaz de identificar. 

Cous cous de coliflor. ¡Cuánto tiempo sin verlo! La verdad es que odio la coliflor (como la mitad de los alimentos, jaja), pero estaba muy bien integrado en el conjunto.

A decir verdad, el atun, en cuanto a presentación, se lleva el premio, me dejó "loquísima". Creo que lo voy a imprimir en DIaN-A3 y ponerlo en la pared de mi cuarto :D
Costillas de buey Wagyu

El plato de las costillas de Wagyu, fue seguramente el que más elementos interesantes y diferentes tenía (en cuanto a elaboraciones y texturas).
Empezando por la crema de manzana, su licuado y el crujiente de chutney con especias.






 Tarta de manzana con helado de sidra
Al llegar al postre supliqué una ración mínima, porque estaba apunto de caer rodando de la silla. Y al ojear las opciones, lo tuve claro: tenía que ir a por la tarta de manzana.
Muchos chefs se han autocoronado diciendo que tenían la mejor tarta de manzana pero… ¿Era cierto?
No me voy a meter en cuál es la mejor, la peor, aunque hay pretendientes… Pero ¡Subijana me libre de abrir la boca!
Esta tarta, desde luego, era diferente. Y a esto no le gana nadie. Para nada pesada, no empalagosa y con el toque de tarta de manzana que debe caracterizar… A una tarta de manzana. Espectacular, y no digo más (que ya estabais todos con las libretas para copiar, zorros), ¡id a probarla!

Tras una comida redonda, Juan Pablo nos deleitó con una visita a la Posada. Sinceramente, no he visto un hotel más alegre.
Si hay algo que puso nombre a la visita en cuestión fue “DIFERENTE”.
Puedes hacer lo mejor del mundo, y otros llegarán a hacerlo como tu. Pero si haces algo diferente, no dejarás… ¿A nadie indiferente?

Un sitio recomendable al cien por cien. Como él mismo dijo: “Quise crear un espacio en el que a nadie pueda apetecerle estar triste o enfadado. Miras a tu alrededor y desaparece todo lo negativo.




©Dianos Cook

martes, 2 de abril de 2013

Fernando Ortega, de Goa Valladolid y su cóctel de World Class


Hace una semana andaba yo investigando los cócteles que se presentaban a la World Class de este año, cotilleando lo que habían presentado mis amiguitos de este mundillo, y cuál fue mi sorpresa al encontrar a Fernando Ortega, el simpático coctelero de Goa, con este imaginativo cóctel: whisky, pepino, naranja y vino tinto.

Claro, en semejante emplazamiento, no podía perdérmelo, así que allí estaba ayer, probándolo. (Con la grata sorpresa de la aparición de Juan Valls, del Niño perdido, al cual aun no conocía en persona)

Hay que decir que engañé un poco a Fernando: Trató de asegurarse veinte veces de si me gustaba el whisky, y le mentí como una bellaca: lo odio a muerte desde una tremenda resaca años atrás en la que me pasé repitiendo mis copas de la noche en cuestión tres días.

Pero ésto ya no se trataba de whisky malo con cola (la bebida, cochinos), sino de un cóctel en base a whisky, lo que es totalmente distinto (o éso esperaba).

Y así fue. El muchacho se marchó a la estación de cócteles a hacer la magia, y lo que siguió después... Fue que probé el cóctel, claro. Delicada presentación y un sutil (ejem) toque de whisky. 
La verdad es que al recordar que llevaba pepino (que también odio...), se me pusieron los pelos de la planta del pie de punta, pero ya era tarde para echarse atrás. 
Y ahí donde lo veis  horrorizada como estaba, me sorprendió enormemente. Y ahí (también) es donde me vi a mi misma poniendo caras al recibir platos con ingredientes "que no son amigos de mi paladar" en restaurantes de menú degustación. 
Luego resulta que en el plato, y muy bien combinados, hacen las delicias de los paladares más selectos.

Total, que con esta dialéctica tan magnífica que tengo, aun estaréis en un mar de dudas: vomité, me encantó, sin más... Pues sí (a la opción del medio, nunca he sido de extremos), le doy un sobresaliente. No solo por la originalidad del cóctel en sí, sino por el sabor final de la mezcla.

Odiadores del pepino y del whisky... ¡Probadlo! No volveréis a mirar un pepino de la misma forma.