miércoles, 29 de junio de 2011

Huevo de rey, Calle zúñiga 21, Valladolid


Con Jesus Romero encabezando la gerencia, este gastrobar-restaurante es uno de los que más puntos Dianeros se lleva en Valladolid.


Antes de reservar, me convencí a mi misma para hacer las cosas bien: me acerqué por alli para conocer en persona a Jesus y conversar sobre el local y los menús.



El lugar cuenta con dos espacios totalmente diferentes: por un lado el gastrobar, en el que se puede degustar el menú "cucurril", el cual consta de tres platos muy bien presentados y elaborados, y platos sueltos, y por el otro el restaurante: un lugar íntimo y cómodo en el que pasar una gran velada con buena música y un servicio impoluto.


Si ha habido un lugar en general que me haya sorprendido positivamente, éste ha sido el Huevo de rey. La verdad es que hasta conocer a Jesus no había oído hablar de él, pero aun no entiendo por qué.


Con 71 euros raspaditos hemos comido dos personas para una semana. En la cuenta, un menu cucurril y un degus.


El menú degustación consta de 7 platos, entre los cuales hoy se encontraban:

  • Carpacio de boletus edulis y foie acompañado de unas tostas de pan (riquísimas, por cierto).
    Este plato ha hecho las delicias de mi paladar y me ha hecho adorar al cocinero nada más empezar ya que, para los que no me conozcais, amo el foie.
  • Ensalada de berenjena, calabacín, pimiento, bonito y tomate.
    La mezcla es un apuesta ganadora, más aun si la mezclas con una vinagreta suave y rica.
  • Mollejitas con langostinos y jengibre.
    El primer contacto con las
  • mollejas en mi vida y no ha podido ser mejor, con la compañía de estos macruros nadadores que tan simpáticos me parecen. Lo único que retiraría de este plato es el jengibre, ya que le aporta un toque demasiado fuerte que colapsa el paladar y cubre el sabor del resto de ingredientes.
  • Bacalao a baja temperatura sobre arroz negro y pilpil ligero y miel de trufa blanca
    Cabe decir que el bacalao, tras tres años viéndolo hasta en la sopa (¿zurrukutuna?) me tiene un poco asqueada, aunque este en concreto estaba en el punto exacto de cocción, con su melosidad característica. Lo que descarto del plato es, en cualquier caso, el arroz negro que yacía sobre la salsa, muy bien montado, en forma de disco, pero demasiado "hecho un pegote"
  • Sorbete de maracuya con coulis de frutas del bosque
    Pongo mi mano en el fuego y seguramente como en tantas otras ocasiones, acabe incinerada y con un muñón, pero juraría que el camarero aqui patinó de mala manera. Nos presentó el plato como un sorbete de maracuya con coulis de fruta de la pasión, lo cual, hasta donde yo se, es la misma fruta, y del mismo color, y desde luego no sabe a frambuesa. En cualquier caso, una buena elección para asentar el estómago y enjuagar la boca para pasar del pescado a la carne, aunque para mi gusto demasiado ácido.
  • Carrillera de cerdo con garbanzos fritos y shiitake
    Claro que si, con un plato con shiitake, ¿cómo no van a conquistarme? La carrillera es una de las mejores que he probado: perfectamente blanda en su interior, pero consistente en su exterior, lo que quiere decir que eres tu quien la corta y no viene ya desmigada y hecha un churro "de fábrica", como en muchos lugares.
    El shiitake le aportaba un toque impresionantemente acertado, mientras que los garbanzos, cuyo sabor me recordó bastante al de los churros de las ferias, quizá porque no estoy acostumbrada a comerlos, me desagradó bastante.
    En cualquier caso, la temperatura con la que me sirvieron el plato distaba en menos de tres grados a la de evaporación de la carrillera (estoy segura de que a tres grados más habría implosionado, convirtiéndose en polvo, fuego o aire), lo cual está estupendo, aunque mi paladar, lengua y labios dicen lo contrario por estar acostumbrada a comer todo frío.
  • Como postre, una degustación de postres consistente en un bicocho de café con helado de chocolate sobre caramelo líquido, leche aireada sobre mousse de chocolate, brownie blanco con trufa y sorbete de cerezas con gelatina de ron, zanahoria confitada y sobre sopa de coco
Lo que más me sorprendió del servicio de sala fue que entre plato y plato (cada uno de los siete, no se como al camarero no le dió un ataque de caspa), te pasan un recoge migas.
Además, al principio de la comida te dan a elegir entre pan castellano o de chapata, te decantan el agua (lo cual me ha dejado a cuadros, por cierto) y te dejan catar el vino antes de servírtelo (en copa diferente a la que será la tuya).
Con cada cambio de plato, te cambian los cubiertos, lo cual se hace ya en muy pocos sitios (todo esto último en general) Me hacían los ojos chiribitas de la emoción.


Si tienes 40 euros en el bolsillo te ruego que vayas a este restaurante en el que la vanguardia y el ambiente más acogedor e íntimo se funden en un único lugar (en todos los sentidos).







martes, 28 de junio de 2011

Restaurante passerella, Alameda Urquijo 30, Bilbao


 Y aqui os presento, amigos míos, la última crítica de un restaurante vizcaíno, al menos por el momento.

Llega un poco tarde, lo se, pero tengo cien cosas pendientes y no me pongo a ello, prefiero los aros, porque en las orejas me molesta cualquier cosa, y más si me cuelgo de ellas posts, que pesan.
Este restaurante para mi es uno de los importantes en Bilbao ya que fue el primero al que fui allá por mayo de hace 3 añitos.
La primera vez que estuve en Bilbao, mirando las escuelas de hostelería, mi prima me dio un garbeo por su noche también, la cual empezó aqui mismo.
No podía irme de alli sin asistir al espectáculo gastronómico que brindan una última vez, la tercera (una por año, fíjate).

Además aprovechamos para degustar un menu nuevo que han sacado, por el que con 11 euros comes un plato (de ración bien decente), tu bebida, y un postre. La variedad de opciones es bastante amplia, y la verdad es que merece la pena.

Mi acompañante comió una ensalada enorme, mientras que yo me decanté por una pizza de jamón.

Estaréis pensando lo mismo que yo: menuda mierda de crítica, porque ni siquiera me acuerdo del nombre de los platos. Ahora, os digo una cosa, comí el menú porque andaba muy muy ajustada de pasta (solo tenía espaguetis en casa), pero comer a la carta es muy asequible también, en el caso de que no vayas a gastarte tres días después 400 euros en mudarte a Madrid (no creo que sea el caso).
De postre, éso si me acuerdo, profiteroles. Dos unidades, ¡pero de qué tamaño!, los más grandes que he visto en mi vida. Rellenos de una crema de mantequilla y nata y bañados con un chocolate con leche denso que hizo las delicias de nuestros paladares.
Acabé ballenata total y totalmente conforme con la experiencia, una vez más.

Por si os interesa, en el mismo restaurante tenéis dos conceptos diferentes: el de abajo, más en plan rápido, y el de arriba, más relajado. Se encuentra en una de las bocas de las afamadas galerías de Urquijo, conocidísimas en Bilbao por sus bares de fiesta. Desde arriba puedes asomarte a la ventana y, si te tiras por ella, lo que puedes acabar haciendo de beber un par de botellas de lambrusco, estas de lleno en la noche bilbaína.

Altamente recomendable.



lunes, 27 de junio de 2011

Milhojas de calabacín, berenjena, tomate y cerdo con salsa de pimiento rojo, recortes verduriles y cerdiles.

 Cuando miro este plato veo en él un espíritu de lucha, unas ganas tremendas y una Diano regenerada.

Este año ha sido uno de los más duros, y he dado mil giros al blog y a mi propia vida; el ejemplo más claro es mi marcha de Bilbao, lugar en el que durante estos tres años tuve claro que anidaría y echaría raices por mucho tiempo. Pero aun con todo ésto, siempre he conservado algo, para mi lo más importante: no el camino, sino la dirección. ¿Y cuál es mi dirección? Llegar a trabajar con los grandes, aprender de ellos y un día, ser grande.

El otro día, como ya sabéis, estuve haciendo un servicio con mi compi culinario, para mi uno de los grandes, Oscar Galandum. Entre los platos que preparamos estaba una especie de éste, con algunos cambios.


El título ya casi lo desvela por completo: capas de berenjena, calabacín, tomate y carne de cerdo coronados por un poco de mozzarella y semillas de amapola.
La salsa no es más que una cebolla y un pimiento pochaditos y triturados. Y el picadillo de verduras... Lo que ha sobrado de ponerlo bonito jaja.

Mi marcha de Bilbao supone una nueva etapa, empezar de cero en Madrid y currármelo aun más, pero creo y se que va a merecer la pena.
En breves me veréis por alli repartiendo curriculums como una descosida, aun sabiendo que solo hay un restaurante al que realmente quiero ir... Deseadme suerte, pero no la necesito... Necesito rezar a Satan xD

domingo, 26 de junio de 2011

Stage con Oscar Galandum

Llámalo stage o llámalo un servicio, pero fue igual de intenso.
Ayer se celebraba en La fuente de los Ángeles, Villanubla, Valladolid, un evento en el que 100 médicos vallisoletanos nos agradaron con su presencia.

Por este motivo tuve el placer de cumplir uno de mis "sueños" culinarios y trabajar mano a mano con Oscar Galandum; afamado cocinero Vallisoletano, que lleva a sus espaldas un larguísimo curriculum entre el que destacan colaboraciones con los mismísimos Paco Roncero y Darío Barrio.

Óscar no solo me brindó la oportunidad de trabajar en su cocina, sino que además pude retornar a los fogones tras casi 5 meses de abstinencia que me estaban matando lentamente.

No veo mejor manera de volver bloggilmente hablando que hablándoos de ésto, ya que para mi supone otro logro más en mi corta carrera, desde aquel momento en el que me vi emplatando mano a mano con mi querido Fernando Canales.

Bien es cierto que sabía ésto desde hace mucho tiempo, y estaba verdaderamente aterrada, ya que para mi, Oscar es uno de los grandes y respetables, y no quería decepcionarle.

Cuando, montando los 100 salmorejos le pidió a un camarero que se pusiese a emplatar, me extrañó. Pero lo que siguió después, aparte de causarme un shock entre miedo y emoción que abarcaba la extensión del caserío, me dejó seca.
"Y Diana, tu conmigo a dar el servicio"
Habían entrado mesas aparte de ésos 100 y necesitaba un colego cocinil. Me eligió a mi.

Recuerdo el momento en el que desapareció del mundo y me quedé solísima ante un revuelto. La camarera volvió y me dijo "el cliente se ha quedado flipando con la presentación", pero éso fue después de que el mismo Oscar me guiñase un ojo con mirada de complicidad (situada en su ojo abierto, claro).

La experiencia, irrepetible, pero ya haré yo para que se repita. Inolvidable seguro, y una promesa firme de que vuelvo a los fogones en menos de un mes, clarísimamente.

lunes, 20 de junio de 2011

Risas en la cocina (II)

Todos hemos oído las expresiones "me importa un rábano/pimiento/pepino", "se te va la olla", "estas empanado", "estoy de mala leche/uva", "estar en el ajo", "de guindas a brevas", "vete a freir morcillas/espárragos", "le falta un hervor", "se le ha pasado el arroz", "ganarse los garbanzos", "me van a dar las uvas", "es pan comido", "estas como un fideo", "es quien corta el bacalao", "le saqué las castañas del fuego".

Pero claro, tiene más gracia cuando estás en una cocina, cortando pimiento y alguien te dice...
"¡Oye, voy a subir al almacén!"
"¡Me importa un pimiento!"

En fin, son cosas que, hasta que no las vives, no puedes concebir su infinita jocosidad.

Como por ejemplo que palabras clave como "mil" "taquilla" "mi tía" o "me da igual" te provoquen tal ataque irrisorio que no te permitan mantenerte erguido.
Los primeros días en el Kikara fueron grandiosos.
"¿Dónde guardo ésto?"
"En mi taquilla"

"¿Puedes, o llamo a mi tía para que te ayude?"

"Se acabo de seccionar la mano, he perdido tres dedos de la mano y once del pie"
"Medá-iguál"

"Preparaos para dar mil, mil, mil"

Pero sin duda el día más gracioso de todos fue cuando estábamos buscando a una de las cocineras:
"¿Dónde está?"
"En mi taquilla" (mirada de complicidad)

Otro de los grandes momentos de mi jefe, lo digo con esa hoja concreta de la agenda delante, fue hacerme apuntar "Hacer velo de trufa con aita Bruno". Ésto no parece ser muy divertido, ya que viviendo en el País Vasco, es normal que mi jefe usase palabras en Euskera... Lamentablemente hay que admitir que era brasileño, lo cual le daba un toque cuando menos, entretenido al asunto.
Por ejemplo, un día, de fiesta, se puso a contarme una historia que acabó en portugués, en lo cual no reparó hasta que otra presente, también brasileña, le llamó la atención... Sinceramente, no se si fue porque no le estaba escuchando, o porque le entendía igual, pero no me había dado cuenta.

Cuando no se podía hablar durante el servicio porque el tamaño venil de mi jefe se incrementaba notablemente, recuerdo haber inventado un idioma de signos con mi compañera para momentos de crisis, véase "mete dos de chipis al micro", todo a base de signos con las manos.

Una vez, solos mi jefe y yo en la cocina, se me quejó, alegando que toda "la mierda", o sea, todos los pedidos, le estaban llegando a él. Cuando de repente entró una mesa VIP de 10, que pidieron 6 raciones de pochas, 2 arroces, 1 huevo y 1 crema, un total de 10 elaboraciones de mi partida. Y yo no estaba en entremetier, es decir, que pidieron mis primeros y mis segundos. SOLO. Si, toda la mierda, definitivamente, iba para él.

La crema de Grana Padano era un plato que salía bastante, asi que al final avabaron llamándome, aparte de codorniz, champi (por el gorro), fish chef y Diana (ésto nunca lo entendí), Diano Padano. De hecho, al leer las comandas, me pedían Diano Padanos, lo cual impedía mi pleno rendimiento servicial entre continuas risas. Asi tengo yo los abdominales, parezco una enferma que se pasa el día en el gimnasio... Entre éso y el biceps, nacido a base de montar claras y nata a mano...

Algo que carecía completamente de sentido alli es que por las noches nos quedábamos solos dos de nosotros. Mi partida y la de pastelería, con dos platos cada una, estaban juntas, por lo que yo me encargaba de ellas cuando la de pastelería libraba (siempre que estaba sola con mi otro compañero). Mientras, mi compañero, en el otro extremo de la cocina, solo llevaba un plato.
Yo corría de un lado al otro y el otro se dedicaba a mirarme con cierto comicismo.
Si el pobre quería ayudarme... Pero ya sabéis, me gusta ser autosuficiente. Hasta el punto de que un día le dije: "Oye, te veo agobiado, ¿me pongo también en tu partida?"

Mientras preelaborábamos los ingredientes de las recetas, cada uno a lo suyo, nos gustaba canturrear, para darle un toque más alegre a la mañana. Titanic era una de mis preferidas, pero nunca olvidaré ésta:
"When the night has come
and the moon is the only light we see.
oh i wont be afraid
just as long as you stand
stand by ¡MIL!"
Y es que era cierto, una de cada tres palabras de jefe, sobre todo nada más abrir el Arizona, era mil. Y mirad que yo era exagerada eh... Pero hasta mil nunca he llegado, en todo caso solo hasta millones.

Risas en la cocina (I)


Cada noche, a las 11 en punto, desde que le cogí gustillo a ésto de llamar a los proveedores, y una vez corrió la bola de que la niña ésa era dura de pelar (ni con el cebollero, ni con la media luna, oye) y mantenía a todos en vereda, llamaba a mi querido proveedor de boirones.
Ante mi incredulidad, acabó pasándose un día por el Arizona cuando era jefa de partida para conocerme.
Cada noche alli era diferente: él era mi confesor. "¿Qué tal, Diana? ¿Qué necesitais hoy?"

Una camarera entró en la cocina y dijo que alguien me estaba buscando; un hombre mayor.
Un caballero de ojos azules entró en la cocina y me dijo: "¿sabes quién soy? ¿me reconoces?"
Era él.

Jamás olvidaré aquellas palabras "He venido a tomar algo aqui, y no podía desperdiciar la oportunidad de conocer personalmente a la chiquilla con la que hablo todas las noches. Qué jóven eres, y qué caracter... Se nota que has aprendido rápido"

Para mi, pocas cosas más gratificantes que ésa ocurrieron, aparte de la visita de Paul y Fernando, del Etxanobe.

Y es que parece que cuando pasa el tiempo, solo recuerdas lo muy bueno y lo muy malo.
Por suerte, yo llevaba una agenda con un pulpo infantil (empecé en Kikara con arroz de codornices y pulpo, en carta llevaba pulpo y cuando salía por las noches había mucho pulpo suelto por los bares) en la que apuntaba los grandes momentos que vivía.
Como no tenía relación con el mundo, era mi testamento. Mi cuaderno de vitácora.

Recuerdo con especial cariño a mi pastelera favorita. Ella era capaz de hacerme reir hasta con lagrimones incipientes. Y asi nos iba.

Un día, y digo bien, un día, se lo pasó entero haciendo "tostadas", la leche frita de toda la vida, vamos.
Por aquella época, por las noches solo vendíamos el menú degustación, en el que la cena se coronaba con este rico postre del que, personalmente, me ponía ciega en cuanto tenía oportunidad.
El menú degustación como menú exclusivo, suponía que ella y yo nos pasábamos todo el jueves y viernes entre crema pastelera y chipirones, llenando con ellos todas las gastronorms de España.

Tras esa romántica velada tostadil, se pasaba otra en lo que yo llamaba "la peluquería", cortando con tijeras los flecos que habían quedado tras la fritura. No puedo dejar de reírme al recordarlo.
Y tras éso, al menos en una ocasión, desaparecieron todas las bandejas porque el jefe las había tirado "Yo hago las tostadas para que me las tirea la basura, me ha contratado para éso"

Otra cosa divertida que tenía era que entre paseo arriba y abajo, aparte de acabar pesando 10 kg menos que al principio y tener un culete de vértigo, te solías encontrar con avezados camareros que te amenizaban la carrera.
Como aquella vez que le comenté a uno, que ya era más que colega, que iba a acabar desapareciendo de la faz de la tierra, entre no comer y pasarme todo el día subiendo y bajando.
"Pues tampoco estás tan delgada" (Ahora también, pero para los que no me conozcais físicamente, se me marcaban absolutamente todos los huesos que tengo)
Mi amiga agregó a ésto que yo era anoréxica: me miraba al espejo y él me veía gorda.
Hay que decir que él pesaba poco más que yo, estaba huesil total, por lo que hasta un palo de escoba le podría parecer gordo a su lado...

Un día, una vez vaciado de agua putrefacta el baño maría, volví a llenarlo, pero con tan mala suerte que se me olvidó cerrar el "pitorrín" por el que se vacía. Lo que ésto provocó fue una tremenda piscina digna de recordarse.
Lo que también se recordará fue mi frase: "¿pero ésto qué es, la cocina acuatica? ¿llamo a la sirenita para que venga a cocinar?"

jueves, 16 de junio de 2011

Canapé de revuelto jugosete de setas, champi a la hawaiana y gulas al ajillo

El otro día recordé, puestos a recordar, que parece que últimamente vivo más en el pasado que en el presente, que hace no mucho probé el mejor y peor revuelto setil de mi vida, todo en Valladolid. En unas circunstancias poco propicias, todo hay que decirlo, pero al fin y al cabo, paladarilmente hablando, digno de mención.

Teniendo una cajilla de gulas en casa, me pareció que para alimentar a tres personas, no era suficiente, asi que fui al mercado a visitar a mi buen amigo frutícola Joseba, de cuyo puesto me llamaron tremendamente la atención unas setas cardo (u ostra, como prefiráis) del tamaño de la palma de mi mano, y unos champiñones muy hermosos.

Asi que me pareció una buena idea hacer una especie de comida pinchil con champiñones, setas y gulas como protagonistas; un acierto lo mires por donde lo mires. Incluso haciendo el pino sobre unas manos llenas de llagas.

Total, que se me ocurrió que podía intentar hacer un revuelto de setas de la calidad de aquel primero que probé. Lo guardo con especial cariño en mi memoria, entre otras cosas de aquella semana, que aunque intensa, mereció la pena vivirla, ya que aprendí muchas cosas. A sopesar lo importante, entre otras.

Lo de los champiñones rellenos... Me faltó el tomate, éso es cierto, porque pretendía hacer una especie de hawaiana dentro del champiñón... Aun así estaban de vicio, y más aun el juguete que soltaron en el horno y que llenaron de porquería la bandeja, que ya está para tirar a los cochinos.

Quizá éste haya sido el último plato que cocine como tal en Bilbao, asi que tenía que ser digno del recuerdo de nuestros paladares... Y asi lo fue.

miércoles, 15 de junio de 2011

Huevo a baja temperatura sobre piperrada acompañado de un paquetito tricolor de morcilla, chorizo y patata y aceite de perejil.

Estoy aun perpleja por los increíbles resultados que ha dado este plato. ¡28 me gusta en FB! Está claro, está claro, os ha gustado!
Aparte de éso, rozamos los 200 fans en la nueva página. Ésto junto con los ánimos, ya por privados o por mensajes en mi muro y fotos que dejáis, hacen que cada día me ponga a cocinar con una sonrisa más grande. De hecho estoy barajando comprarme otra cara para hacer extensible mi sonrisa a las dos.

Además estamos por conseguir algo grande grande, detras de lo que llevamos mucho tiempo...

Es una buena época, desde luego... Pero bueno, vamos con la receta, porque al final me enrollo como diez persianas, y acabaré el post no habiéndoos contado nada.

Lo bueno que tiene es que es fácil de hacer, pero tiene una presencia excelente. ¿Que vais a manchar todo el menaje de vuestro hogar? Si. ¿Que vais a estar fregando hasta dentro de diez años? También. Pero solo si no sois un poco avispados. Yo solo os doy la receta; pensad vosotros, porque yo aun estoy fregando.

Por cierto, ésta receta cuenta con el patrocinio de Embutidos Ríos, asi que ya estáis contactando con ellos y comprando mil morcillas, porque están riquísimas, la verdad.

Ingredientes:
Patata
Morcilla Ríos
Chorizo
Pimiento rojo y verde
Cebolla
Perejil
Huevo

Elaboración:
Empezamos cortando en tiras todo lo que encontremos a nuestro paso: la cebolla y los dos pimientos. Lo ponemos a pochar a fuego suave y nos olvidamos de ello.

El chorizo, la morcilla y las patatas, las vamos a cortar en rectángulos (yo, que soy más fina langostina, he decidido cortarlo en otra figura geométrica cuyo nombre será a partir de ahora "X"). Freímos las patatillas, planchamos la morcilla y el chorizo. Todos esos aceites los vamos a ir reservando, para darle un toque especial al aceite de perejil

Para el aceite de perejil, el aceite de todo lo anterior frío, el perejil (solo las hojas) y una batidora de cuchillas potentes.

Para el huevo, bien fácil: lo envolvemos en film y lo cocemos casi sin levantar hervor para que quede babosete pero cocinado, que se deshaga en la boca.

La escuela de hostelería de Leioa, dos grandes años

Ésta de hoy va a ser la primera receta después de muchos post dedicados a "mi historia". Hace mucho tiempo decidí ir escribiendo cosas dignas del recuerdo, de mis inicios, de mis cagadillas, para que más adelante, en los malos momentos, pudiera leerlo y subirme el ánimo.

Asi que, como ando melancólica, encontrando notitas de entonces y de ahora, actualizando agendas en las que tengo apuntadas muchas cosas que me iban pasando... Y antes de que pasen al olvido, he preferido plasmarlas aqui, para que otros puedan vivirlas también.

Ayer recibí un email especialmente emotivo de parte de una vieja amiga, y digo así... Nunca lo fuimos, pero durante los últimos meses en la escuela, fue uno de mis grandes apoyos.

Si tuviera que elegir cuatro profesores a los que agradecer... No se, todo; que haya podido seguir, y que lo haya hecho con las mismas ganas que al principio, serían, sin dudar: Iñaki, que se desvivió por enseñarme todo lo que quise y más sobre pastelería, Marta y Regina, que fueron los apoyos personales más grandes el último año de la escuela y por supuesto Maren, que estuvo desde el primer momento del blog, en aquel concurso al que me presenté y sobre todo, fue el que me escupió el día que le dije que no podía más y que iba a dejarlo. Nada como un buen escupitajo (cláramente hablo de palabras escupitajiles tales como "¿¡estás tonta!?") a tiempo...

Cada uno, cada persona que ha cruzado mi vida cocinil, desde luego ha tenido un papel más que importante, porque yo lo he querido asi. Cada uno me ha aportado algo, desde el que peor se ha portado conmigo, hasta el que mejor.

Recuerdo aquel día que una profesora sustituta, casi a final de curso y delante de toda la clase me dijo: "A principio de curso estuvimos hablando todos los profesores y dijimos que no ibas a dar el callo. Ahora tengo que tragarme mis palabras"

Sin duda los más grandes momentos en la escuela fueron los dos últimos meses, ya que me sentía como en casa y hacía de todo, incluso tenía ideas propias.

Ver el bautizo de un pulpo, con todo el cariño. A mi profesora Regina, duchándolo ventosa por ventosa hasta que quedó digno de foto... Le faltaba un trajecito de comunión, y listo. Bueno, o de bautizo, vaya salto he pegado de repente...

Aquellas mañanas que no tenía clase teórica y entraba al obrador con Iñaki a pastelear como nunca.
Se me metió entre ceja y ceja hacer la maldita gioconda, y ahí que la hice, y cada miércoles por la tarde, alli estaba... Aquellos días de 12 horas en la escuela que me sabían a poco... La pasión que le pone ése hombre, te contagia.

Recuerdo aquel primer examen de pastelería... Saqué un seis. Fui la única que aprobé, la nota más alta. No me dejó repetirlo, pero le prometí que mejoraría. Y asi lo hice. Me dejé la carne en cada momento.

Como uno de los peores momentos en el obrador, recuerdo cuando me pusieron con un chavalín de primero de restauración, su primera vez por alli, y delegué en él lo más simple.
Iñaki vino loquísimo a pocos minutos del servicio porque había salido todo mal. Me metió tales gritos que se me saltaron las lágrimas.
Lo cierto es que me va lo dificil. Cuando en primero, recién llegada, todo el mundo me hablaba de él, me contaba unas mierdas increíbles. Y chico, yo decidí conquistarle. Sabía que era uno de los más duros de la escuela, y también que era uno de los que más sabía. No lo dudé dos veces: tenía que sacar las mejores notas. Cuando llegué, odiaba la pastelería, pero el primer día, el del sermón, cambiaron las tornas.
Lo vi como un reto, y cuando algo es un reto, es lo primero que trato de conseguir.

Pero sigamos en mi salto lagrimil. El caso es que argumenté que le había dicho cómo hacerlo, que se lo había intentado arreglar y que no había tenido más tiempo porque yo había hecho el resto de elaboraciones...
Y él fue quien me otorgó el primer "me da igual".
"Tu eres la que más sabe de los dos, asi que tienes que hacer que salga el plato. Todo lo demás da igual. ¿O es que vas a salir y decirle al cliente que es que tu compañero nosequé?"
En ese momento se me abrieron los ojos. Comprendí una gran lección. Lo que pasara en la cocina era indiferente, el plato tenía que salir igual.

Luego, aparte de mi jefe en el restaurante, pero éso fue más tarde, mi profesor de salsero en segundo fue quien más me inculcó la limpieza "un trapito por aqui" (incluyendo un movimiento de brazo parecido al de la canción del verano, pero sin música)..
Al final de curso me ponía una bayeta en cada esquina de la partida, me daba igual, el rollo bayetil era mío, y si alguien tocaba mi bayeta, le mordía. Era mía, ¡MÍA! ¿vale?
Y también me mostró que la rapidez cuenta: "El reloj es el que manda" "Eh, vamos".

Como anécdota os contaré que un día teníamos ajo en láminas en aceite que estaba ya un poco... chuchurrío... y decidí hacer una brunoise fina fina con ello... Tras cinco horas con la puntilla, cuando chorreaba aceite hasta por los calcetines, vino y me dijo "¿No sabes cortar, o qué te pasa? Esto es una mierda, hasta mi abuela, que no ha estudiado cocina, sabe hacerlo mejor."
Mi compañero de partida bajó a los cuartos fríos, metió a la máquina cienmil dientes pelados, los trajo unos de dos centímetros, otros de un milímetro, y el profesor le dijo "Muy bien, ¿ves, Diana? Él si sabe cortar" La carcajada que vino después, nunca la entendió, pero en fin, era por no cortarme las venas y meterme el ajo intravenoso.

Otra anécdota muy divertida sucedió en buffet.
Me tocó carne parrilla, entrecotte. Tenía que hacer la cruz famosa, la reja, o como leches queráis llamarlo. Yo solo se que las verjas de mi casa de Valladolid son iguales a ese dibujo.
Pero nada, que yo lo intentaba mil veces, y en mi cabeza no venían las instrucciones para hacer el dibujo. Mi profesor se desesperó... Hasta hizo él los 30 primeros filetes. Entonces lo entendí: había que girarlo en perpendicular. Aquel día acabé siendo la ama de las pinzas filetiles y la parrilla.

Ése hombre era adorable. Empezó enseñándome en el cuarto frío de verduras, donde cogía las gastronorms y metía galletas a la mesa para que nos calláramos, y acabó girando entrecottes conmigo en la parrilla.
Me gusta su forma de ser: te escupe, pero luego está ahí. Te grita, pero mientras, te ayuda, y luego te dice "bien hecho". Ése es el sistema ganador si no tienes fuerzas para seguir. Aunque las ostias tipo "eres una mierda de cocinero y no sirves de nada, ptuá (escupitajo con moco)", siempre están bien en su justa medida.

Lo que me hizo cambiar de idea acerca de la cocina y de la escuela en si misma, fue Maren. Un día descubrí que aun siendo la que mejores notas sacaba en la teoría, en la práctica sabía poca cosa.
Tenía tanto miedo a hacer mierda, que no hacía nada. Entonces decidí ir a por todas, liarla parda.
Me metía en todo, hacía de todo. Todo mal, por supuesto, pero lo hacía. Y a la próxima, cuando del error, hubiese aprendido, entonces ya haría bien.
Las cosas eran así, pero me costó perder el miedo a equivocarme, supongo que por las ganas de ser la mejor. Y sigo teniéndolas. De éso y de que un día, alguien importante, no Adriá, ni su tía, sino un cocinero al que yo respete y admire de verdad me diga "Diana, me encanta tu plato"

Mis queridos profesores... Gracias, gracias a vosotros, a mis compañeros, a ésos dos maravillosos años en los que vi cumplida una parte de mi sueño... La primera :)

martes, 14 de junio de 2011

Los motivos por los que entré y salí de allí



Que nos os engañen los estados de FB que ponía por aquel entonces: el trabajo tenía sus cosas buenas.
Ahora que ha pasado el tiempo y se han curado las heridas, parecen más pros que contras, aunque en aquel momento no lo eran.

Eran las 2 de la tarde, y en medio de un servicio movidito, un camarero vino desesperado pidiendo canela en polvo. No la encontraba por ningún lado. Acudió a mi.

Subimos al almacén y busqué lo más rápido que pude para no dejar mi partida abandonada el suficiente tiempo como para que al volver me encontrase sin cacillos, sin cazos, sin inducción y sin partida.
"No hay canela molida. Hay ramas. ¿Quieres que te lo pase por la termo un poco para que puedas usarlo?"
"Joe, qué joven eres para ser la segunda, tía."
"¿La segunda?" Aquel chico acababa de abrir ante mi un camino inexplorado
"Si, tu eres la segunda de cocina, ¿no? Eres la única que siempre sabe todo..."

Lo triste del asunto es que así era. Alli donde todos los demás pasaban del tema, Diano era capaz de quedarse 14 horas seguidas para salvar el servicio de la noche.

El puesto que él nombró aun no existía, pero llegó el día en que fue necesario designarselo a alguien para continuar con el "buen" funcionamiento de la cocina.
La designada no fui yo, claro. Pero la razón fue lo más doloroso de todo. "Es que él es más mayor. Pero como tu eres la que más sabe, tendrás que ayudarle."

En aquel momento se me cayó el mundo al suelo. Me pasé horas llorando por semejante desplante.

No quería el puesto por el dinero, en absoluto... Solo esperaba que mi sudor y sangre fueran reconocidos. Nadie estuvo de acuerdo con la decisión, pero todos guardaron silencio.
Yo era la única que plantaba cara a los proveedores, la que sabía a quién había que llamar para pedir qué cosas, cuánto tardaban en llegar, cuándo libraba cada uno, cuántas reservas había en cada servicio... Yo sabía qué había en la cámara y qué no.
Aun después de dejarlo, y por supuesto, sin que el jefe de cocina se enterase, el segundo seguía llamándome en busca de ayuda.

En aquel momento claudiqué, no hay otra palabra para ello. Decidí que si habían sido capaces de darme semejante puñalada trapera, ése puesto no era para mi. No podía haber un segundo de cocina al cual yo tuviera que salvarle el culo a cada instante. No era justo.
De ahí degeneré cada vez más. Cada día iba más triste que el anterior. Cada día más hundida en la miseria. Cada día con menos ganas, con más asco.

Un mal día, una peor tarde... Me quemé la mano por completo asiendo una cazuela que había estado diez minutos a ese fuego infernal que recuerdo entre sudores fríos. Marqué el arroz, y mi mano para siempre.
Con lágrimas en los ojos, recuerdo haber ido al grifo y puesto mi mano bajo el chorro de agua helada. Quería cortarme la mano.

Y entonces llegó él. Y me dijo que estar apoyada en la encimera no era la actitud.
Los días que siguieron fueron cada vez más en picado. Solo quería marcharme de alli. Lo único que me sujetaba era mi contrato y, aun con la ruinosa organización que había, el estar en una cocina.
Alli yo me sentía como una reina en su trono, no hacía falta que nadie me lo dijese: ése era mi sitio. Pero no aquel en concreto, sino cualquier cocina.

Me llevó aparte y me preguntó porqué no quería seguir. Juro por Dios que me mordí hasta los pies con tal de aguantar el río de lágrimas que estaba por salir. Alli me lo explicó todo. Vi en él una persona diferente. Pero no me sirvió. Era tarde.

Cuando lo das todo y te miran por encima del hombro los que se supone deberían alagarte... Cuando cada paso supone una caída... ¿Merece la pena seguir?

Cuando entré alli, hoy lo digo publicamente, le hice una promesa a mi por entonces mejor amigo y a mi misma. Resistiría alli. Aguantaría carros y carretas para demostrar que nada podía separarme del camino que había elegido.
Una compañera, viendo lo que ocurría, cómo me zarandeaban de un lado a otro, y de ése al primero sin ningun tipo de piedad, me preguntó qué hacía alli. Porqué aguantaba todo aquello. Cuando la expliqué que me estaba probando a mi misma en pro de una promesa, me miró diferente. Me dijo que desde aquel momento me tenía en un altar.

Casi finalizado el juego, me di por vencida. Parecía no haber aprendido nada. Sin embargo, aquella noche, con un servicio de 100 a la espalda y mil bandejas de chipirones, mi jefe comenzó a gritar como un energúmeno porque intercambié una sonrisa con mi compañera de pastelería.
"¿Qué ostias te has creído? ¿Que esto es una barraca? ¡Cállate de una vez!"

Recuerdo mi mirada. La veo desde fuera de mi cuerpo, porque fue en ése momento y no en otro cuando me di cuenta de que lo había conseguido.
Estaba tranquila. Estaba más tranquila que nunca. Sus puñetazos en la mesa, su cara de perturbado, su mandibula desencajada mientras toda la cocina y parte de la sala admiraban el despliegue de alaridos, no consiguió que me inmutase. Le miré a los ojos.

En aquel momento supe que ya había aprendido mi lección y que, por tanto, no pintaba nada más allí.
Fue el momento en el que mi por entonces amigo madrileño vino a buscarme, y me marché con él a su ciudad natal. Lo que vi fue tan diferente, que decidí que el siguiente paso de mi camino, lo daría alli.

lunes, 13 de junio de 2011

Pequeños problemas proveedoriles (I)

Está claro: una de las cosas más interesantes de ser cocinero es poderte pegar con los proveedores. Esos señores a los que les pides cosas y jamás te las traen. Y ésa es la mejor opción, porque si te lo traen, a ver cómo llega.

Recuerdo aquella cálida noche de septiembre en la que mi segunda de cocina me entregó el teléfono de Kikara y me dijo... "Hoy te encargas tu del pedido".
Sudores fríos recorrieron mi espalda. Tenía que desvirgarme en aquel momento, en una de las cosas que más me aterraban en el mundo: hablar por teléfono.

Imagínate; la pequeña Diano llamando a un proveedor. Ya era jefa de partida pero en fin, supuestamente estaba de prácticas, y éso implicaba un pequeño paso para Diano, un gran paso para... Diano.
El caso es que yo tenía un único miedo infundado. ¿Y si al llamar me preguntaban algo? Es decir, en una conversación, por lo general, suelen participar dos personas, asi es que, pensad que vivía con el terror constante de... ¿y si me dicen que no tienen A y que si quiero B? ¡Dios mío, era muy jóven para poder afrontar aquello!

Por suerte, mis queridos jefes acostumbraban a hacer los pedidos por la noche dejando el listado en el buzón de voz, lo que me ahorró ése primer mal trago. Después vendrían otros.

Recuerdo aquel día como si fuese ahora. Un viernes caluroso (todo es caluroso y cálido en esta historia, para darle más énfasis y misterio, y para que los sudores fríos tengan aun más sentido) en el que el libro de reservas estaba a reventar.

Los últimos retazos de lo que un día no muy lejano fueron codornices, estaban a punto de acabar, y yo esperaba con ansia al carnicero, ya que aun era lenta en la limpieza y descuartizamiento de mis amigos pajariles y necesitaba mi tiempo para poder hacerlo bien. Pero no lo tenía.
Eran las 12 muy pasadas y me quedaban 3 raciones de codorniz para el arroz: un plato de clarísimo éxito por allí.

Y entonces apareció. Mi jefe de cocina estaba presente; él y mi compañero de partida por aquel entonces.
"Oye, ¿pero dónde narices estabas? ¡qué hora es esta de llegar! Te he pedido dos cajas de codornices y tengo menos de media hora para limpiarlas, descuartizarlas, enharinarlas, freirlas, secarlas y colocarlas, aparte de hacer la mise en place. Si vuelves a llegar a esta hora voy a cazar yo misma las codornices, ¿oído?"

En mi agenda, en aquel día pone: "IMPORTANTE: matar al repartidor de carne. Descodornizadora en potencia. O más bien en acto"
El caso es que aquel día prendí a hacerlo deprisa. Y bien. Gracias a él, supongo.
Aparte de fish chef, a partir de aquel momento pasé a llamarme "la codorniz".

Acababa de empezar allí, y supe que aquello que acababa de hacer traería represalias. ¡Qué acto de rebeldía! ¡Hablar así a un proveedor! Todo el mundo guardaba silencio esperando a lo que iba a pasar. El proveedor se puso de rodillas y me pidió perdón. No volvería a suceder.
Desde ése día, segun abríamos el restaurante, alli estaba él, esperándome abrazado a las codornices. Fue el principio de una bonita amistad que duraría hasta mucho después de dejar el Arizona.

Ése fue el primero de muchos grandes momentos con el carnicero.
 Un día, por casualidad, mi jefe de cocina hizo la hoja de pedido, con tan mala suerte que, por innovar, decidió poner el número de solomillos en romano.
Al día siguiente me llamó el carnicero.
"11 solomillos Diana, ¿no? Anda que..."
A mi me pareció lo más normal del mundo. "Ah no se, pregúntale al jefe".
En mala hora. Cuando llegó el proveedor con uno, se lo contó. Mi jefe no se lo creía.
"Oye, pero si había dos palitos"
"Significaba dos" ¬_¬

Y por qué no iban a poder ser 11, igual había diez mil reservas...

Aquella fue una época muy dura. Días más adelante tengo escrito "Llamar al frutero y matarle. Congelados, matarle también"
Me pasaba el día llamando a proveedores para gritarles. Era la única de los que íbamos al otro proyecto que tenía las narices de hacerlo.

Recuerdo aquel día, ya alli, cuando estaba en la mierda; no teníamos aguacates y necesitaba la crema para la ensalada. Le pedí al frutero 2kg, esperando 5millones de aguacates. Trajo 4. Desde aquel día se que un aguacate pesa mucho. Hay cosas que se aprenden mejor a base de golpes...

Continuará :)

jueves, 9 de junio de 2011

La carolina de Bilbao. Estos tres años.

Cuando hicie la visita al obrador de Bizkarra, en Usánsolo, Bizkaia, Alberto me dijo que había tres cosas pasteleras que todos tenían que probar sí o sí antes de marcharse de Bilbao. Y dado que en breves haré éso, no he visto mejor manera de despedirme que acabar con el ciclo que empecé hace tres años con la tarta de arroz y el bollo de mantequilla; la carolina. (Aunque el pastel vasco, así por el nombre, yo creo que a lo mejor pertenece, al menos, a la zona).
He decidido adquirir mi preciosa carolina en su tienda del Casco Viejo Bilbaíno.

Tras estar todo el día de una punta a otra, unos minutos de parón y alimentación, como debe ser. Los últimos trámites papelísticos ya están hechos, así que parece que no queda otra que marcharse de aquí. Ayer miraba el calendario incrédula. Quedan menos de dos semanas.

  Justo cuando pasaba por el puente Euskalduna, ha comenzado a sonar esta canción de Melón Diesel, o Taxi, como prefiráis.

Recuerdo que era Abril, quizá Marzo. Acababa de hacer uno de los últimos exámenes de matemáticas que teníamos antes de la famosa selectividad, o como a algunos profesores les encantaba llamar, las "PAU".

En un principio iba a las jornadas de puertas abiertas de la escuela de Artxanda, en la localidad vizcaína del mismo nombre. Era en la que más confianza tenía, pero me desencanté nada más entrar.
Al día siguiente fuimos a Leioa. Un profesor, al cual luego conoceríamos como "un trapito por aqui- Iosu" me dijo unas palabras que dudo que olvide jamás: "Aquí se aprende haciendo.", para concluir "Los alumnos cocinan desde el día en que entran. Es la única manera de aprender."
No hizo falta escuchar nada más. Miré a mi madre. Ella ya lo sabía. Ése era el lugar en el que pasaría mis dos siguientes años.

Cocinera, ¿os lo podéis creer? Cuando estudiaba bachiller pensé varias veces en suicidarme. Vi mi vida conducida por un camino que odiaba. Solo de pensar en una vida monótona... Si no hubiese sido cocinera, habría estudiado psicología. Mirando universidades en Salamanca estaba. Pero sabía que escuchar los problemas de enfermos mentales no era lo que yo quería.

Cuando me vi obligada a pasar las tardes encerrada en la cocina, huyendo de la guerra que había fuera; huyendo de una verdadera pesadilla, supe que era lo único que era capaz de captar la suficiente atención como para distraerme, y la necesaria para poder conservar el estado de alerta.

Allí empezó un sueño. Esa misma tarde en la que hice una "leche de ajo" que tuve que tirar porque sabía a pies, supe que ésa era mi vocación.
Mucho costó convencer al mundo de que ése y ningún otro era mi camino. Que tardaría mil años en llegar, o medio, pero que allí estaría. Que dejaría la piel de ser necesario.

Este último año ha sido el más duro desde que llegué. Meses sin relaciones sociales más que con mis compañeros del restaurante, absoluta y continua falta de sueño, estres, y una responsabilidad tan grande como la que más. Pero nunca he sido tan feliz.

Me recuerdo a mi misma en mitad de mi primer servicio allí, con tempura hasta el codo, una gastronorm en una mano llena de antxoas, un cuenco con diez litros de tempura y pensando que me quedaban 10 comandas por marchar.
Omar me miraba desde un lado con una media sonrisa de orgullo. Creo que lo comprendió enseguida.
- ¿Puedes?
- Todo controlado.
Al final del servicio se lo dije. "Ha sido un servicio de mierda, pero me lo ha dejado más claro que nunca."
No me confundí.

Tres años, y lo digo con la boca llena (de carolina) y me marcho de aquí.
Del lugar que me vio crecer, me vio pasar de ser una cría de 17 años, a una personita que es capaz de gritar a proveedores tardones, de llevar una partida y, dadas las frecuentes bajas de todo el mundo, casi toda la cocina... A una personita que se muere por volver a los fogones que la parieron.

Cuando ella se marchó, quise marcharme con ella. Dejarlo para siempre. Pero lo único que me distrajo cuando sabía que había llegado el final, fue crear un pincho.
Ese pincho aun no ha visto la luz. Es demasiado especial.
Yo se que ella no querría que dejase ésto por nada. Sus último deseo fue ver mi restaurante en pie. Un restaurante de éxito.

Creo que ven el brillo de mis ojos cuando hablo de cocina. Creo que ven que aunque se me caiga un brazo, sigo. Creo que ven que es lo único que me motiva en la vida, que es mi definición de vida. Y que si no existiera la cocina, no existiría mi vida.




martes, 7 de junio de 2011

Patatitas al horno con velouté de pimentón, caldo de carne y huevo, pimiento verde y berenjena a lo Juan Pablo Felipe

Si hay algo que tengo claro tal día como hoy, a 7 de Junio de 2011 es que, si no pierdo el ojo por el camino (ligero brote alérgico a los ácaros con que convivimos), quiero trabajar en El Chaflán.
Cuánto me cueste llegar, me da igual, pero llegaré. Llegaré a hacer esas popietas de lenguado, esa cecineta de ciervo... Dios santo, si he entrado en los álbumes culinarios de Juan Pablo Felipe y he tenido que salir, porque al pobre le van a salir cinco mil notificaciones de "me gusta"s Dianescos...

Y es que cuando yo me emociono con algo, no hay quien me pare... Como cuando quería ir de prácticas con un gran cocinero de Madrid y él me ignoró como a un cacorrio maloliente. Claro que si, pero ahí sigo, a ver si algún día se da cuenta de que existo y me hace un hueco en su cocina (jamás).

La verdad es que de los cocineros de Madrid no tenía mucha idea, pero de "El Chaflán" sí había oído hablar. De ése y del No-Do.
Detrás de ésos dos y de la terraza del casino ando (con el Arizona no fue bastante, soy adicta a trabajar cerca del juego, y del fuego).
¿Conseguiré trabajar en alguno de los tres? No, porque nadie sabe que existo, pero me da igual, yo seguiré haciendo palitos de berenjena como si no hubiese mañana.
De hecho, barajo la posibilidad de hacer unos cuantos cuando llegue a Madrid y llevárselos en un cucurucho hecho con mi curriculum a Juan Pablo. Seguro que le sorprendo.

En fin, mongoleces aparte, este plato, como ya habréis concluido tras un monólogo sobre Chicote, Roncero, y sobre todo Felipe, va dedicado a mi tía... No perdón, a Juan, a Juan.

Y es que el otro día vimos esos maravillosos travesaños de berenjena y dijimos... Hay que sacar un plato con éso, se lo prometimos... Lo hemos hecho. "Mc Chaflán" les llaman, según Pepe Gorines, que por lo visto ha palitoberenjenado con Juan.

Pues si, la verdad es que la combinación saborífera... sabora... sípida... Bueno, la combinación de sabores era espectacular... Como dijimos en facebook, una especie de Riojana a nuestra manera, deconstruída, como en aquel entonces, pero con un toque más chic. Más ch-aflan-ic.

Si os apetece ver de qué va la cosa, entrad en la foto de facebook, que entre pelar las patatas recién sacadas del horno y escribir tanto, me voy a quedar sin yemas en los dedos, y otra cosa no, pero éso creo que sí lo necesito para trabajar, aunque sea de churrera en una caseta de feria.

lunes, 6 de junio de 2011

Rodajas de morcilla a la plancha cubiertas con amaranto alimonado y acompañadas por trozos de alcachofa sobre una tosta de zanahoria y hierbas

Queridos amigos, recuerdo "cuando era jóven" y me presentaron la morcilla.
Quizá lo hicieron incorrectamente: 
- Pequeño Diano, ésto es morcilla; sangre de cerdo coagulada.
- (Vómitos de diferentes texturas, sabores, colores y olores) No me apetece, gracias.

Con el paso de los años, y dado que por mi tierra y principalmente en mi familia todos lo comían como ballenos (hay que decir que también los caracoles, y no por éso los he probado), decidí probarlo.
Y fue un amor a primer paladeo. Con panorro, bien grasa y pringosa... Buf, mejor me callo, que inundo la habitación con babas, y no me apetece fregar.

Aqui tenéis la segunda entrega de mi trabajo con Morcillas Ríos.

Rodajas de morcilla a la plancha cubiertas con amaranto alimonado y acompañadas por trozos de alcachofa sobre una tosta de zanahoria y hierbas.

1. MORCILLA
Cortamos rodajas gruesas y las planchamos

2. ALCACHOFAS
Quitamos las hojas superficiales, que son las más duras.
Pelamos el tallo ligeramente hasta que aparezca una parte un poco menos fuerte en color.
Le quitamos la parte superior de las hojas, que son incomestibles.
Las llevamos a la peluquería: quitamos la parte del centro y los pelillos que en ello se encuentran, ya que al paladar son muy desagradables.
Acto seguido las damos una ducha: le pasamos un limón del que habremos exprimido el jugo, para que se impregnen, no oxidándose.
Las metemos a cocer en un baño de agua, harina y zumo de limón hasta que estén listas para no perder los dientes al comerlas.

3. AMARANTO
Cocemos este pseudovegetal en agua, lo escurrimos, pasamos por la sartén para secar, lo ponemos en un bol, añadimos zumo de limón y mantequilla y filmamos para que absorva.

TORTA DE ZANAHORIA:
Mezclamos harina con licor de finas hierbas y zanahoria rallada. Lo horneamos

domingo, 5 de junio de 2011

Bizcochuelo de morcilla con su caviar, cobertura de queso y manzana caramelizada a baja temperatura


Aqui tenemos una receta patrocinada por nuestros amigos de Morcillas Ríos, de Villarcayo. Sus estupendas morcillas han hecho las delicias de nuestros paladares, y por éso queremos compartir esta receta con vosotros.

Ingredientes:
Morcilla Ríos
Una manzana reineta
Una loncha de queso semicurado
Agar agar
Azúcar
Harina
1 Huevo

Elaboración:
1. Pelamos la manzana, la descorazonamos y la cortamos en láminas gorditas. 
Las ponemos en un  recipiente de horno pequeño cubiertas por azúcar y con azúcar entre capa y capa de manzana, para que se cocine en su propio jugo y bien caramelizadas. 
Las horneamos hasta que estén cocinadas y con un tono dorado. 
2. Le quitamos la piel a la morcilla y la desmigamos con las manos
La ponemos en una sarten a fuego fuerte y dejamos que se cocine.
3. Una vez templada la morcilla, hacemos la mezlca para un bizcocho básico (1 huevo, 30g harina y el azúcar no lo incluimos) y lo metemos al microondas hasta que se cocine (un minuto)
4. Nada más sacarlo lo cubrimos con una loncha de queso semicurado, para que con el calor se ponga blandito y lo cubra totalmente

5. Para el caviar de morcilla, licuaremos una pequeña parte reservada de la morcilla (batiendola en la turmix con agua), lo mezclamos al fuego con agar y dejamos gelificar las pequeñas pelotillas.

Una merienda estupenda, nutritiva y riquísima, ¡estais invitados!
 .

viernes, 3 de junio de 2011

Bizcochito con láminas de fresa y una suave cobertura de chocolate blanco.

Lo se, lo se, nadie nos ha echado de menos, pero aun así, hemos decidido volver.

Hay una razón por la que seguimos en ésto día a día. No es solo porque llevamos la cocina en las venas, sino porque forma parte de una promesa que nos hicimos a nosotros mismos y a una tercera persona hace ya mucho tiempo.

Son ya muchas las pedradas que hemos tenido que aguantar; gente disconforme con nuestro lenguaje y opiniones, gente que odia nuestros platos... La cosa es sencilla; si no os gusta, no entréis.

El otro día fuimos calumniados y a poco escupidos, lo cual nos hizo replantearnos muchas cosas.
Desde amigos a desconocidos, muchos han sido los que han querido participar proporcionándonos su opinión, y nos parece bien.
¿Cuál es el problema? Que cuando no tienes las cosas claras, las opiniones de otros te pueden hacer dudar. Y quizá la manera de llegar a nuestra meta aun está dudosa, pero no la meta en si. Sabemos que queremos continuar con ésto, que queremos poner toda la carne en el asador y que nos importa un pimiento si quieren criticarnos. Asi de libres son ellos, como nosotros.

Por ello hoy volvemos, y de una manera dulce.

Llevábamos tiempo queriendo hacer un bizcochito de canela, y encontramos la ocasión perfecta cuando descubrimos unas fresas en la nevera que estaban a punto de decirnos adios.

El postre puede ser más complicado pero no más rico.
El bizcocho no es más que una masa básica con un toque de canela mezclado con la harina. Se hornea a 180º y al sacarlo, le hemos querido dar un toque de distinción aportándole un chorro de nuestro querido triple seco de naranja.

Para la cobertura de chocolate simplemente mezclamos en caliente un poco de chocolate blanco con nata y lo dejamos enfriar hasta que tome textura de napado, para que podamos echarle por encima y no resbale.

Por otra parte laminamos las fresitas y las colocamos en el bizcocho a modo de sandwich y por encima para decorar.

Qué mejor que aprovechar la temporada fresil en un bizcocho tan elegante como este.
Aqui os espero, en la próxima receta.