lunes, 13 de junio de 2011

Pequeños problemas proveedoriles (I)

Está claro: una de las cosas más interesantes de ser cocinero es poderte pegar con los proveedores. Esos señores a los que les pides cosas y jamás te las traen. Y ésa es la mejor opción, porque si te lo traen, a ver cómo llega.

Recuerdo aquella cálida noche de septiembre en la que mi segunda de cocina me entregó el teléfono de Kikara y me dijo... "Hoy te encargas tu del pedido".
Sudores fríos recorrieron mi espalda. Tenía que desvirgarme en aquel momento, en una de las cosas que más me aterraban en el mundo: hablar por teléfono.

Imagínate; la pequeña Diano llamando a un proveedor. Ya era jefa de partida pero en fin, supuestamente estaba de prácticas, y éso implicaba un pequeño paso para Diano, un gran paso para... Diano.
El caso es que yo tenía un único miedo infundado. ¿Y si al llamar me preguntaban algo? Es decir, en una conversación, por lo general, suelen participar dos personas, asi es que, pensad que vivía con el terror constante de... ¿y si me dicen que no tienen A y que si quiero B? ¡Dios mío, era muy jóven para poder afrontar aquello!

Por suerte, mis queridos jefes acostumbraban a hacer los pedidos por la noche dejando el listado en el buzón de voz, lo que me ahorró ése primer mal trago. Después vendrían otros.

Recuerdo aquel día como si fuese ahora. Un viernes caluroso (todo es caluroso y cálido en esta historia, para darle más énfasis y misterio, y para que los sudores fríos tengan aun más sentido) en el que el libro de reservas estaba a reventar.

Los últimos retazos de lo que un día no muy lejano fueron codornices, estaban a punto de acabar, y yo esperaba con ansia al carnicero, ya que aun era lenta en la limpieza y descuartizamiento de mis amigos pajariles y necesitaba mi tiempo para poder hacerlo bien. Pero no lo tenía.
Eran las 12 muy pasadas y me quedaban 3 raciones de codorniz para el arroz: un plato de clarísimo éxito por allí.

Y entonces apareció. Mi jefe de cocina estaba presente; él y mi compañero de partida por aquel entonces.
"Oye, ¿pero dónde narices estabas? ¡qué hora es esta de llegar! Te he pedido dos cajas de codornices y tengo menos de media hora para limpiarlas, descuartizarlas, enharinarlas, freirlas, secarlas y colocarlas, aparte de hacer la mise en place. Si vuelves a llegar a esta hora voy a cazar yo misma las codornices, ¿oído?"

En mi agenda, en aquel día pone: "IMPORTANTE: matar al repartidor de carne. Descodornizadora en potencia. O más bien en acto"
El caso es que aquel día prendí a hacerlo deprisa. Y bien. Gracias a él, supongo.
Aparte de fish chef, a partir de aquel momento pasé a llamarme "la codorniz".

Acababa de empezar allí, y supe que aquello que acababa de hacer traería represalias. ¡Qué acto de rebeldía! ¡Hablar así a un proveedor! Todo el mundo guardaba silencio esperando a lo que iba a pasar. El proveedor se puso de rodillas y me pidió perdón. No volvería a suceder.
Desde ése día, segun abríamos el restaurante, alli estaba él, esperándome abrazado a las codornices. Fue el principio de una bonita amistad que duraría hasta mucho después de dejar el Arizona.

Ése fue el primero de muchos grandes momentos con el carnicero.
 Un día, por casualidad, mi jefe de cocina hizo la hoja de pedido, con tan mala suerte que, por innovar, decidió poner el número de solomillos en romano.
Al día siguiente me llamó el carnicero.
"11 solomillos Diana, ¿no? Anda que..."
A mi me pareció lo más normal del mundo. "Ah no se, pregúntale al jefe".
En mala hora. Cuando llegó el proveedor con uno, se lo contó. Mi jefe no se lo creía.
"Oye, pero si había dos palitos"
"Significaba dos" ¬_¬

Y por qué no iban a poder ser 11, igual había diez mil reservas...

Aquella fue una época muy dura. Días más adelante tengo escrito "Llamar al frutero y matarle. Congelados, matarle también"
Me pasaba el día llamando a proveedores para gritarles. Era la única de los que íbamos al otro proyecto que tenía las narices de hacerlo.

Recuerdo aquel día, ya alli, cuando estaba en la mierda; no teníamos aguacates y necesitaba la crema para la ensalada. Le pedí al frutero 2kg, esperando 5millones de aguacates. Trajo 4. Desde aquel día se que un aguacate pesa mucho. Hay cosas que se aprenden mejor a base de golpes...

Continuará :)

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