lunes, 20 de junio de 2011

Risas en la cocina (I)


Cada noche, a las 11 en punto, desde que le cogí gustillo a ésto de llamar a los proveedores, y una vez corrió la bola de que la niña ésa era dura de pelar (ni con el cebollero, ni con la media luna, oye) y mantenía a todos en vereda, llamaba a mi querido proveedor de boirones.
Ante mi incredulidad, acabó pasándose un día por el Arizona cuando era jefa de partida para conocerme.
Cada noche alli era diferente: él era mi confesor. "¿Qué tal, Diana? ¿Qué necesitais hoy?"

Una camarera entró en la cocina y dijo que alguien me estaba buscando; un hombre mayor.
Un caballero de ojos azules entró en la cocina y me dijo: "¿sabes quién soy? ¿me reconoces?"
Era él.

Jamás olvidaré aquellas palabras "He venido a tomar algo aqui, y no podía desperdiciar la oportunidad de conocer personalmente a la chiquilla con la que hablo todas las noches. Qué jóven eres, y qué caracter... Se nota que has aprendido rápido"

Para mi, pocas cosas más gratificantes que ésa ocurrieron, aparte de la visita de Paul y Fernando, del Etxanobe.

Y es que parece que cuando pasa el tiempo, solo recuerdas lo muy bueno y lo muy malo.
Por suerte, yo llevaba una agenda con un pulpo infantil (empecé en Kikara con arroz de codornices y pulpo, en carta llevaba pulpo y cuando salía por las noches había mucho pulpo suelto por los bares) en la que apuntaba los grandes momentos que vivía.
Como no tenía relación con el mundo, era mi testamento. Mi cuaderno de vitácora.

Recuerdo con especial cariño a mi pastelera favorita. Ella era capaz de hacerme reir hasta con lagrimones incipientes. Y asi nos iba.

Un día, y digo bien, un día, se lo pasó entero haciendo "tostadas", la leche frita de toda la vida, vamos.
Por aquella época, por las noches solo vendíamos el menú degustación, en el que la cena se coronaba con este rico postre del que, personalmente, me ponía ciega en cuanto tenía oportunidad.
El menú degustación como menú exclusivo, suponía que ella y yo nos pasábamos todo el jueves y viernes entre crema pastelera y chipirones, llenando con ellos todas las gastronorms de España.

Tras esa romántica velada tostadil, se pasaba otra en lo que yo llamaba "la peluquería", cortando con tijeras los flecos que habían quedado tras la fritura. No puedo dejar de reírme al recordarlo.
Y tras éso, al menos en una ocasión, desaparecieron todas las bandejas porque el jefe las había tirado "Yo hago las tostadas para que me las tirea la basura, me ha contratado para éso"

Otra cosa divertida que tenía era que entre paseo arriba y abajo, aparte de acabar pesando 10 kg menos que al principio y tener un culete de vértigo, te solías encontrar con avezados camareros que te amenizaban la carrera.
Como aquella vez que le comenté a uno, que ya era más que colega, que iba a acabar desapareciendo de la faz de la tierra, entre no comer y pasarme todo el día subiendo y bajando.
"Pues tampoco estás tan delgada" (Ahora también, pero para los que no me conozcais físicamente, se me marcaban absolutamente todos los huesos que tengo)
Mi amiga agregó a ésto que yo era anoréxica: me miraba al espejo y él me veía gorda.
Hay que decir que él pesaba poco más que yo, estaba huesil total, por lo que hasta un palo de escoba le podría parecer gordo a su lado...

Un día, una vez vaciado de agua putrefacta el baño maría, volví a llenarlo, pero con tan mala suerte que se me olvidó cerrar el "pitorrín" por el que se vacía. Lo que ésto provocó fue una tremenda piscina digna de recordarse.
Lo que también se recordará fue mi frase: "¿pero ésto qué es, la cocina acuatica? ¿llamo a la sirenita para que venga a cocinar?"

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