Hace siglos que no escribo. Se me quitaron las ganas de volver a decir nada.
Pero lo de hoy merece mención.
Ya sabeis que como cocinera que soy, y ahora peor, tambien camarera, me encanta ir a restaurantes michelin y disfrutar de un servicio impecable.
Llegamos al restaurante, un grupo de once ingleses y yo, unica española, y fui recibida, pese a hablar con el camarero en español, con un menu en ingles. Con cara de ofensa me trajo el español acabo de un buen rato ( iria a imprimirlo...)
Nos sirvieron un pan minusculo de una seleccion de tres a elegir, y nos trajeron tomate, aceite y sal en ramikins con otro mas de mantequilla del tamaño de una uña del meñique. Tres para doce personas. Desconozco cuanto cobraron por esto porque gracias a dios fue una invitacion.
El primero, terrina de foie, estaba malo. He sido cocinera durante seis años, formada en una escuela en la que te hacian comer pasteles crudos, trabajando en restaurantes en los que el chef me ha hecho probar cosas que estaban malas, para poder diferenciarlas. Solo por esa razon, y por ser un cliente que va a pagar 15 euros por dos triangulos de foie, merezco, y mas si somos tres los que decimoa lo mismo, un poco de credibilidad si el foie causa burbujas en la lengua, esta picante, y amargo. Creo que, a no ser que lo mezcles con petazetas o cava, no deberia ser asi.
Pero no solo tuve que decirselo a un camarero, sino a dos y al maitre en tres diferentes ocasiones, mirandome con cara de ovni.
Y aun, tener que escuchar al maitre decir cómo ha ido a la cocina a probar todo por separado (como los tres habiamos hecho, y yo, cocinera no fumadora, repito) y el foie estaba perfecto, se lo aseguro. El queso estaba un poco acido y burbujeante, pero no el foie.
Excelente manera de conseguir que no volvamos: rebatir qué estaba mal, en vez de disculparse porque, fuese lo que fuese, SI estaba malo.
Tras un segundo que no era del otro mundo y por el que pagamos unos 19 euros de media, vino el postre.
No voy a criticar nada mas que la manera en la que el manager vino a preguntar: "eso sí está rico, no?" Como si fueramos tres niños comiendo patatas fritas con ketchup.
Nunca me he sentido tan ofendida, cuando ponen en duda mi idioma, me miran por encima del hombro, y ponen en duda mi paladar.
La peor experiencia en un restaurante, de mi vida.
Como último detalle, solo decir que en una isla como Lanzarote, o por lo menos esa zona, llena de ingleses, el nivel de ingles del manager era penoso y más alla, mucho más bajo que el de cualquiera de los demas camareros.
Mostrando entradas con la etiqueta Críticas restaurantiles. Mostrar todas las entradas
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sábado, 20 de septiembre de 2014
domingo, 14 de abril de 2013
El Chaflán, Madrid

Creo que era Julio, porque estaba empapada en sudor. Quizá era por lo que me disponía a hacer, más que por el torrezno que caía sobre Madrid.
Y es que una Diana recién llegada, tenía claro cuál era su objetivo. Tras meses siguiendo el trabajo de Juan Pablo Felipe (pero no en plan acosador enfermizo, sino fanático inofensivo), sabía a qué iba a Madrid y dónde quería estar situada.
Así que allí estaba yo, a las dos de la tarde, sentada en uno de los sillones de la antigua posada El Chaflán esperando a que Juan Pablo volviese de comprar...
Hay que decir que no llegué hasta allí por decisión propia. Mi, por aquel entonces, compañero de batallas culinarias y sentimentales me empujó ligeramente a hacerlo, mostrándome que mediante perseverancia, podías conseguir casi cualquier cosa. Es una de las cosas más importantes que me llevo de él, porque me hizo despertar.
Así que tras este paréntesis, con currículum en mano y hecha un manojo de nervios, apareció Juan Pablo. Me enseñó la cocina (creo que por aquel entonces faltaba "poco" para que empezase la reforma) y el comedor y guardó mi currículum.
Prometí volver, y así lo hice.
Como algunos sabréis, las circunstancias personales y laborales de Madrid me absorbieron y destruyeron poco a poco, y cuando hubo lugar para mí, ya tenía otros planes fuera de allí.
La cocina de Juan Pablo me parece muy delicada y cuidada, con presentaciones realmente impresionantes y sabores muy bien combinados (y el día que comí alli, corroboré mis sospechas), así que sigue en mi lista de chefs de los que aprender.
Y después de esta
introducción tan emotiva, vamos a lo importante: la comida.
Y no solo la
comida, sino la decoración.
Hay que decir que
lo primero que hago al entrar en un restaurante (y supongo que lo hacen todas
las personas con ojos) es fijarme bien en los detalles: lo que le distingue o
no del resto, el tipo de decoración, los cubiertos, las plantas, los cuadros...
Lo que sea que me de una ligera idea de dónde me he metido.
Cuando entré en
Chaflán me sentí terriblemente tranquila. Juan Pablo me condujo a un comedor
con colores alegres y vivos (pero no de los que te producen infartos, sino
felicidad y tranquilidad).
Curiosamente
amarillo, verde y morado, los colores que elegí hace relativamente poco para
decorar una postal de agradecimiento. Combinan bien.
Suerte que, a la
hora de elegir los platos conté con su inestimable colaboración, ya que me
sentí un poco abrumada (¡quería probar todo!).
Los metres ya
empezaban a mirarme con cara perruna, porque vinieron a mi mesa tres veces a
preguntar si me había decidido y a respuesta fue no.
Cuatro tipos de
menús donde elegir, y un total de casi cuarenta platos con los que deleitar al
paladar. Al final la elección fue la acertada (y creo que cualquier otra lo
habría sido, de igual manera):
![]() |
Steak tartar en albóndigas con manzana |
El detalle de que
el pan te lo den cortado en cuñas y formando un todo nuevo con dos tipos
diferentes, me pareció muy original y vistoso. Pan calentito y para elegir.
El steak era
bastante diferente a lo que he probado en otros sitios, lo cual me gustó
también, porque para comer siempre el mismo, me lo hago en casa... Tenía un
toque dulzón al final, pero no empalagoso. El huevo explotaba en la boca (la
verdad es que de todos los huevos de codorniz escalfados que he mordido, este
se lleva la palma a la película más fina a su alrededor) como si no hubiera
mañana.
![]() |
Torrija de jamón y tomate |
En cuanto a la torrija... Como
os imaginaréis, y dada mi trayectoria torrijil, me llamó mucho la atención, no
solo por ser salada sino por ser de tomate y jamón (que es mi dieta desayunera
diaria), así que no me pude resistir a probarla. La textura era bastante
sorprendente y bien cuidada (allí donde en otros sitios está a medio impregnar,
o está totalmente dura, esta se parecía a mi esponja de rizo enjabonada [aunque
seguro que no saben igual]).
El atún, terso y sobre todo e
importantísimo: atemperado. Cuántas veces se me han caído los ojos y la lengua
de probar un atún (encima en bloque, que es aun más dificil mantenerlo
atemperado sin que se te pase) caliente por fuera y antártico por dentro. Los
mini tomatitos cherry-rama me trajeron algún que otro recuerdo acaramelado
(porque yo diría que están secados al horno, y se han concentrado sus
azúcares). Y, ¿qué decir del brunoise? Casi me saco un ojo para inspeccionarlo,
porque veía algo blanco que no era capaz de identificar.
Cous cous de coliflor. ¡Cuánto tiempo sin verlo! La verdad es que odio la
coliflor (como la mitad de los alimentos, jaja), pero estaba muy bien integrado
en el conjunto.
A decir verdad,
el atun, en cuanto a presentación, se lleva el premio, me dejó
"loquísima". Creo que lo voy a imprimir en DIaN-A3 y ponerlo en la
pared de mi cuarto :D
![]() |
Costillas de buey Wagyu |
El plato de las
costillas de Wagyu, fue seguramente el que más elementos interesantes y
diferentes tenía (en cuanto a elaboraciones y texturas).
Empezando por la
crema de manzana, su licuado y el crujiente de chutney con especias.
![]() |
Tarta de manzana con helado de sidra |
Al llegar al
postre supliqué una ración mínima, porque estaba apunto de caer rodando de la
silla. Y al ojear las opciones, lo tuve claro: tenía que ir a por la tarta de
manzana.
Muchos chefs se
han autocoronado diciendo que tenían la mejor tarta de manzana pero… ¿Era
cierto?
No me voy a meter
en cuál es la mejor, la peor, aunque hay pretendientes… Pero ¡Subijana me libre de abrir la boca!
Esta tarta, desde
luego, era diferente. Y a esto no le gana nadie. Para nada pesada, no
empalagosa y con el toque de tarta de manzana que debe caracterizar… A una
tarta de manzana. Espectacular, y no digo más (que ya estabais todos con las
libretas para copiar, zorros), ¡id a probarla!
Tras una comida
redonda, Juan Pablo nos deleitó con una visita a la Posada. Sinceramente, no he visto un hotel más alegre.
Si hay algo que
puso nombre a la visita en cuestión fue “DIFERENTE”.
Puedes hacer lo
mejor del mundo, y otros llegarán a hacerlo como tu. Pero si haces algo
diferente, no dejarás… ¿A nadie indiferente?
Un sitio
recomendable al cien por cien. Como él mismo dijo: “Quise crear un espacio en
el que a nadie pueda apetecerle estar triste o enfadado. Miras a tu alrededor y
desaparece todo lo negativo.”
©Dianos Cook
martes, 2 de abril de 2013
Fernando Ortega, de Goa Valladolid y su cóctel de World Class
Hace una semana andaba yo investigando los cócteles que se presentaban a la World Class de este año, cotilleando lo que habían presentado mis amiguitos de este mundillo, y cuál fue mi sorpresa al encontrar a Fernando Ortega, el simpático coctelero de Goa, con este imaginativo cóctel: whisky, pepino, naranja y vino tinto.
Claro, en semejante emplazamiento, no podía perdérmelo, así que allí estaba ayer, probándolo. (Con la grata sorpresa de la aparición de Juan Valls, del Niño perdido, al cual aun no conocía en persona)
Hay que decir que engañé un poco a Fernando: Trató de asegurarse veinte veces de si me gustaba el whisky, y le mentí como una bellaca: lo odio a muerte desde una tremenda resaca años atrás en la que me pasé repitiendo mis copas de la noche en cuestión tres días.
Pero ésto ya no se trataba de whisky malo con cola (la bebida, cochinos), sino de un cóctel en base a whisky, lo que es totalmente distinto (o éso esperaba).
Y así fue. El muchacho se marchó a la estación de cócteles a hacer la magia, y lo que siguió después... Fue que probé el cóctel, claro. Delicada presentación y un sutil (ejem) toque de whisky.
La verdad es que al recordar que llevaba pepino (que también odio...), se me pusieron los pelos de la planta del pie de punta, pero ya era tarde para echarse atrás.
Y ahí donde lo veis horrorizada como estaba, me sorprendió enormemente. Y ahí (también) es donde me vi a mi misma poniendo caras al recibir platos con ingredientes "que no son amigos de mi paladar" en restaurantes de menú degustación.
Luego resulta que en el plato, y muy bien combinados, hacen las delicias de los paladares más selectos.
Total, que con esta dialéctica tan magnífica que tengo, aun estaréis en un mar de dudas: vomité, me encantó, sin más... Pues sí (a la opción del medio, nunca he sido de extremos), le doy un sobresaliente. No solo por la originalidad del cóctel en sí, sino por el sabor final de la mezcla.
Odiadores del pepino y del whisky... ¡Probadlo! No volveréis a mirar un pepino de la misma forma.
jueves, 28 de marzo de 2013
Mi experencia en Etxanobe
12 de Junio de 2009.
Tras un duro primer año alejada de mi familia estudiando cocina, mi premio por
las buenas notas conseguidas: una primera visita al Etxanobe para comer.
Ese día comenzó a escribirse mi destino ligado a ellos.
Ese día comenzó a escribirse mi destino ligado a ellos.
[Cómo olvidar aquellos mediodías, cuando nuestra vida era una pesadilla, en que el tiempo nos daba una tregua de media hora a mi hermano y a mi para ver el programa de cocina de un Fernando Canales entregado a la cocina, con ese halo de relajación y amabilidad que le rodea.
Cuando decidi estudiar en Leioa, jamas imagine lo que vendria despues.]
Y tengo fija la imagen en mi cabeza. Cuando se abrió la puerta de Etxanobe, y alli estaba él.
Tras una comida que no olvidaré en mi vida, habiendo conocido a mi ídolo gastronómico, de aquel dia salio la promesa de volver, pero al otro lado de la mesa: a la
cocina.
Un año despues, gritaba a mi tutor de practicas porque no queria llevarme alli. Me negué a ir a ningun otro sitio.
Dada mi insistencia y desesperación, supongo que realmente vió en mis ojos que no iba a acceder a ningún otro trato. Llevaba dos años luchando duro para que mi media me permitiese acceder al restaurante que quisiese. Y ése era, lo tenía claro. Quería trabajar a su lado.
El primer dia de practicas, cuando Fernando apareció, no me había olvidado. Yo no tenia ni idea de cocinar, pero nunca oi una palabra más alta que otra.
[Aun recuerdo el día que tuvimos un grupo de cincuenta y él emplataba a mi lado, como un compañero más.
Aun recuerdo el día que me peleaba con un bloque inmundo de caldos envasados congelados que estaban pegados y me enseñó a despegarlos a la manera vasca.
Siempre se preocupó de si estaba disfrutando las prácticas, y de si estaban siendo lo que yo había imaginado. Aunque aun no sabía cómo había conseguido llegar hasta allí.]
Y mi gran respaldo fue Paul. Al ver las maravillas que hacía, decidi que,
por muy dura que fuese la cocina, jamás abandonaria. Queria ser como éllos.
[Aun recuerdo cuando comencé con Dianos Cook, justo cuando aun estaba de prácticas alli, y le llevaba elaboraciones a Paul para que me dijese qué le parecían. Jamás ha dejado de apoyarme, ni siquiera con la distancia.]
Y tras pensar que la línea de mi vida no se desviaba de Bilbao, surgió una idea no del todo equivocada: marcharme a Madrid.
Creí que ya habia terminado mi camino ligada a ellos cuando, tras pedirles entradas para un evento, recibi aquella
llamada. "¿qué tal si vas, pero trabajando para nosotros?"
Lo tuve claro, era una oportunidad única, y nada podía cambiar que fuera.
Cuántas palabras feas y gritos
tuve que aguantar de alguien que no merecia la pena. Mi jefe por aquel entonces me dió permiso en un principio, y me lo quitó a dos días del evento. Me amenazó con despedirme si acudía finalmente al evento.
Vaya por Dios. ¿Se supone que tenía que elegir entre seguir con la persona que acababa de dejarme tirada o dejar tiradas a las personas que se habían esforzado para conseguir que estuviese en el evento?
Quizá otra persona habría dudado. Pero creo que, salvo en la lucha con mi tutor de prácticas, jamás había tenido las cosas tan claras.
"-Te avisé con el tiempo necesario y accediste a darme permiso. Por tanto, no puedes quitarme el permiso a dos días del evento.
- Atente a las consecuencias de tus actos. ¿Vas a dejarme tirado?
- Éso es lo que tu has hecho conmigo"
No importa cuánto tiempo pase. No importa en cuántos restaurantes llegue a estar. La primera estrella de mi universo gastronómico, la más grande, siempre llevará su nombre.
Y hoy, que preparo mi marcha del pais, y en su casa aun hay sitio para mi recuerdo, quiero agradecer a todas y cada una de las personas que conforman su equipo su dedicación. Especialmente, por supuesto:
- Fernando (por las interminables veces que me ha tendido la mano, por ser un ejemplo y una razón por la que luchar)
- Paul (por su dedicación en hacerme salir adelante, por enseñarme tanto, por demostrarme que siempre se puede llegar más alto, y que nunca hay que rendirse)
- Iñigo (aun recuerdo la primera vez que vi a aquel chiquitín trajeado que pasó por la cocina mientras yo emplataba una selección de postres. El chico tenía un año menos que yo [que ya era joven de por sí], pero apuntaba maneras de profesional. Siempre ha sido para mi [aunque ante él no lo reconocería] un ejemplo de éxito laboral y entrega. De perseguir lo que quieres hasta que lo consigues.)
- Iago y Karmelo (por aguantarme en cuarto frío y pescados y no arrancarme la cabeza por las cagadillas que hacía, por enseñarme a ser ordenada y seguir un patrón, pero a la vez divertirme haciéndolo.)
- Javier I. (por ayudarme en aquel concurso locura a no pegarme un tiro, por ser otro de mis ejemplos a seguir, por abrirme las puertas de Tamarises, por ese cariño que le tiene a la cocina.)
- Aritz (por demostrarme que por muy lejos que te vayas, siempre puedes volver a casa, y que hay que arriesgar para llegar lejos.)
- Mikel (por tener esa prucendia, esa paciencia y ese buenhacer. Un gran profesional)
- Zigor (por ese humor inagotable, por los comentarios que me hacían sacar una sonrisa)
- Raquel (por ser tan dura en las prácticas, y hacerme ver que las cosas no iban a ser fáciles, y que no por ello tenía que rendirme.)
Por todo éllo y mucho más, Etxanobe siempre ha sido, es, y será, mi lugar favorito de referencia, tanto en Bilbao, como en España.
Con todo el cariño que me han demostrado, he escrito este post. Un abrazo a todos.
sábado, 16 de marzo de 2013
Goa Music Club con Miguel Perez, Plaza de la Rinconada, Valladolid

Hoy os hablamos de los cócteles y la noche en Valladolid.
Y tratándose del día de hoy, y de esa mezcla, solo podemos estar hablando de Goa y Miguel Pérez.
Quizá esos nombres os suenan vagamente, o os recuerdan que tenéis sed. Una vez habéis hecho palomitas y os habéis traído un refrescante refresco junto al ordenador, seguid leyendo, porque esto os va a interesar.

Hace no mucho, dando un paseo por estas tierras, descubrí un garito que llamó mi atención: haciendo esquina en una plaza del centro de Valladolid. Se llamaba Goa, y tenía una escultura a tamaño casi real de un caballo negro. Vaya por Dios, tenía que ir allí.

Garitos de este tipo, no suelen dar la talla, y no me pidáis ejemplos, porque todos sabemos a qué me refiero: camareros lerdos que te escupen, en un sitio en que las posibilidades abruman a alguien que vea un poco más allá de un buen cuerpo en forma de camarero manco. Pero NO es el caso de Goa.
Ante mi sorpresa, un par de camareros entregados a su trabajo, pendientes del cliente, y muy amables, que incluso se molestaron en mostrarme un jarabe por el que pregunté (por si os interesa, era algo asi como de almendras, tengo una foto por ahí en mi archivo privado, jaja)
Tras esta primera y grata experiencia, cómo iba a perderme un evento como el de la fiesta temática Tiki, y más tratándose de mi buen amigo coctelero Miguel Pérez, al cual conocí en Museo Chicote, en plena Gran Vía Madrileña.
Mucho darle a la lengua, pero todos os estaréis preguntando que es éso de Tiki. No os preocupéis, yo tampoco lo sabía. Pero investigando, he adquirido el conocimiento de su procedencia, o sin hablar como si tuviese un nudo en la lengua: el movimiento Tiki viene de EEUU, donde un señor muy majetón abrió un bar al estilo polinesio. Le motivaba el ron, así que se hicieron unos cuantos cócteles con base a ello, y de allí salió el Mai Tai (ron, lima, curaÇao de naranja...), el Zombie (3 rones, brandy, 3 zumos tropicales, jarabe [los que lo han probado lo califican de "devastador"]...), el Fogcutter (ron jerez, coñac, ginebra, naranja, limón). Y los demás tienen nombres muy raros jajajaja.

Una vez metidos en materia, os pongo en situación: un abarrotado Goa se abre (o más bien se abre la puerta, porque yo la empujo) ante mi y accedo a la barra, donde encuentro con esa sonrisa cautivadora que siempre luce, a Miguel.

Tras comentar las novedades en la noche Vallisoletana y Madrileña, que en aquel momento estaban un poco fusionadas, procedió a mostrarme el primero de los cócteles que degustaría. Si tuviera que describirlo, lo haría con la palabra "piruleta". Me sorprendió reencontrarme con el famoso jarabe que había hecho las delicias de mi paladar una semana antes. Segun el camarero aquel día, podía recordarme a "Amaretto". Y así era, me transportó a aquella gelee de amaretto que servíamos con el merengue de sanguina y el arroz de calabaza y bacalao.

miércoles, 29 de junio de 2011
Huevo de rey, Calle zúñiga 21, Valladolid

Antes de reservar, me convencí a mi misma para hacer las cosas bien: me acerqué por alli para conocer en persona a Jesus y conversar sobre el local y los menús.

Si ha habido un lugar en general que me haya sorprendido positivamente, éste ha sido el Huevo de rey. La verdad es que hasta conocer a Jesus no había oído hablar de él, pero aun no entiendo por qué.

El menú degustación consta de 7 platos, entre los cuales hoy se encontraban:
- Carpacio de boletus edulis y foie acompañado de unas tostas de pan (riquísimas, por cierto).
Este plato ha hecho las delicias de mi paladar y me ha hecho adorar al cocinero nada más empezar ya que, para los que no me conozcais, amo el foie. - Ensalada de berenjena, calabacín, pimiento, bonito y tomate.
La mezcla es un apuesta ganadora, más aun si la mezclas con una vinagreta suave y rica. - Mollejitas con langostinos y jengibre.
El primer contacto con las - mollejas en mi vida y no ha podido ser mejor, con la compañía de estos macruros nadadores que tan simpáticos me parecen. Lo único que retiraría de este plato es el jengibre, ya que le aporta un toque demasiado fuerte que colapsa el paladar y cubre el sabor del resto de ingredientes.
- Bacalao a baja temperatura sobre arroz negro y pilpil ligero y miel de trufa blanca
Cabe decir que el bacalao, tras tres años viéndolo hasta en la sopa (¿zurrukutuna?) me tiene un poco asqueada, aunque este en concreto estaba en el punto exacto de cocción, con su melosidad característica. Lo que descarto del plato es, en cualquier caso, el arroz negro que yacía sobre la salsa, muy bien montado, en forma de disco, pero demasiado "hecho un pegote" - Sorbete de maracuya con coulis de frutas del bosque
Pongo mi mano en el fuego y seguramente como en tantas otras ocasiones, acabe incinerada y con un muñón, pero juraría que el camarero aqui patinó de mala manera. Nos presentó el plato como un sorbete de maracuya con coulis de fruta de la pasión, lo cual, hasta donde yo se, es la misma fruta, y del mismo color, y desde luego no sabe a frambuesa. En cualquier caso, una buena elección para asentar el estómago y enjuagar la boca para pasar del pescado a la carne, aunque para mi gusto demasiado ácido. - Carrillera de cerdo con garbanzos fritos y shiitake
Claro que si, con un plato con shiitake, ¿cómo no van a conquistarme? La carrillera es una de las mejores que he probado: perfectamente blanda en su interior, pero consistente en su exterior, lo que quiere decir que eres tu quien la corta y no viene ya desmigada y hecha un churro "de fábrica", como en muchos lugares.
El shiitake le aportaba un toque impresionantemente acertado, mientras que los garbanzos, cuyo sabor me recordó bastante al de los churros de las ferias, quizá porque no estoy acostumbrada a comerlos, me desagradó bastante.
En cualquier caso, la temperatura con la que me sirvieron el plato distaba en menos de tres grados a la de evaporación de la carrillera (estoy segura de que a tres grados más habría implosionado, convirtiéndose en polvo, fuego o aire), lo cual está estupendo, aunque mi paladar, lengua y labios dicen lo contrario por estar acostumbrada a comer todo frío. - Como postre, una degustación de postres consistente en un bicocho de café con helado de chocolate sobre caramelo líquido, leche aireada sobre mousse de chocolate, brownie blanco con trufa y sorbete de cerezas con gelatina de ron, zanahoria confitada y sobre sopa de coco
Además, al principio de la comida te dan a elegir entre pan castellano o de chapata, te decantan el agua (lo cual me ha dejado a cuadros, por cierto) y te dejan catar el vino antes de servírtelo (en copa diferente a la que será la tuya).
Con cada cambio de plato, te cambian los cubiertos, lo cual se hace ya en muy pocos sitios (todo esto último en general) Me hacían los ojos chiribitas de la emoción.
Si tienes 40 euros en el bolsillo te ruego que vayas a este restaurante en el que la vanguardia y el ambiente más acogedor e íntimo se funden en un único lugar (en todos los sentidos).

martes, 28 de junio de 2011
Restaurante passerella, Alameda Urquijo 30, Bilbao
Y aqui os presento, amigos míos, la última crítica de un restaurante vizcaíno, al menos por el momento.
Llega un poco tarde, lo se, pero tengo cien cosas pendientes y no me pongo a ello, prefiero los aros, porque en las orejas me molesta cualquier cosa, y más si me cuelgo de ellas posts, que pesan.
Este restaurante para mi es uno de los importantes en Bilbao ya que fue el primero al que fui allá por mayo de hace 3 añitos.
La primera vez que estuve en Bilbao, mirando las escuelas de hostelería, mi prima me dio un garbeo por su noche también, la cual empezó aqui mismo.
No podía irme de alli sin asistir al espectáculo gastronómico que brindan una última vez, la tercera (una por año, fíjate).
Además aprovechamos para degustar un menu nuevo que han sacado, por el que con 11 euros comes un plato (de ración bien decente), tu bebida, y un postre. La variedad de opciones es bastante amplia, y la verdad es que merece la pena.
Mi acompañante comió una ensalada enorme, mientras que yo me decanté por una pizza de jamón.
Estaréis pensando lo mismo que yo: menuda mierda de crítica, porque ni siquiera me acuerdo del nombre de los platos. Ahora, os digo una cosa, comí el menú porque andaba muy muy ajustada de pasta (solo tenía espaguetis en casa), pero comer a la carta es muy asequible también, en el caso de que no vayas a gastarte tres días después 400 euros en mudarte a Madrid (no creo que sea el caso).

Por si os interesa, en el mismo restaurante tenéis dos conceptos diferentes: el de abajo, más en plan rápido, y el de arriba, más relajado. Se encuentra en una de las bocas de las afamadas galerías de Urquijo, conocidísimas en Bilbao por sus bares de fiesta. Desde arriba puedes asomarte a la ventana y, si te tiras por ella, lo que puedes acabar haciendo de beber un par de botellas de lambrusco, estas de lleno en la noche bilbaína.

Mi acompañante comió una ensalada enorme, mientras que yo me decanté por una pizza de jamón.

De postre, éso si me acuerdo, profiteroles. Dos unidades, ¡pero de qué tamaño!, los más grandes que he visto en mi vida. Rellenos de una crema de mantequilla y nata y bañados con un chocolate con leche denso que hizo las delicias de nuestros paladares.
Acabé ballenata total y totalmente conforme con la experiencia, una vez más.


Altamente recomendable.
sábado, 28 de mayo de 2011
Taberna del Hidalgo, Calle Paraiso 4, Valladolid
Recién llegado a la tierra natal de nuestra cocinera Diana Legido, el equipo de Diano´s Cook estaba hambriento de conocimiento y alimentos, por lo que no había nada mejor que hacer que pararnos en la mítica Taberna del Hidalgo.
Tras tomarnos una tapita (gratis, ya sabéis), pasamos al comedor, pidiendo el menú del día.
Lo bueno que tiene este local es que la amabilidad de los camareros te llena (aunque no el estómago; seguíamos con hambre).
Se nos indigestó un poco el primer plato al ver la tremenda y larguísima uña del dedo meñique de nuestro camarero, pero conseguimos remontar a tiempo.
No podíamos dejar de pensar que iba a traer una brocheta pinchada en esa uña; era horrible.
De primero, unos espárragos con mayonesa, mitiquísimo plato de menú del día, y menestra bañada con una estupenda velouté de verduras.
---
De segundo, unos filetes de cerdo adobados con crema de setas... Extraña combinación donde las haya y... La primera salsa de setas dulce que probamos. No sabíamos si era que estaba mala o que el cocinero había decidido innovar.
En cualquier caso, la combinación entre filete adobado, al cual no se le suele añadir salsa alguna, y salsa fue un columpiamiento bastante grande, pero hay que decir que estaba bueno.
---
De postre, una tarta helada decorada con un hilillo de caramelo y leche frita.
El resto del menú no es que fuese muy sacado de madre, pero la leche frita... ¡Ay la leche frita!
Para una cosa en la que se podían haber lucido, porque suponemos que era casera, ¡desde luego lo hicieron!
Menuda textura, se deshacía en la boca... Y con ese toque acanelado... Todavía lloramos de emoción al recordarlo.
Sin duda éso y el mítico licor de hierbas que tan de moda está en Valladolid tras las comidas, fue lo que hizo de la comida, una estupenda experiencia.
La cuenta nos la trajo el camarero pinchada en la uña, tipo chincheta, para que no se volase con el aire acondicionado.
Tras tomarnos una tapita (gratis, ya sabéis), pasamos al comedor, pidiendo el menú del día.
Lo bueno que tiene este local es que la amabilidad de los camareros te llena (aunque no el estómago; seguíamos con hambre).

No podíamos dejar de pensar que iba a traer una brocheta pinchada en esa uña; era horrible.
De primero, unos espárragos con mayonesa, mitiquísimo plato de menú del día, y menestra bañada con una estupenda velouté de verduras.
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En cualquier caso, la combinación entre filete adobado, al cual no se le suele añadir salsa alguna, y salsa fue un columpiamiento bastante grande, pero hay que decir que estaba bueno.
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De postre, una tarta helada decorada con un hilillo de caramelo y leche frita.
El resto del menú no es que fuese muy sacado de madre, pero la leche frita... ¡Ay la leche frita!
Para una cosa en la que se podían haber lucido, porque suponemos que era casera, ¡desde luego lo hicieron!
Menuda textura, se deshacía en la boca... Y con ese toque acanelado... Todavía lloramos de emoción al recordarlo.
Sin duda éso y el mítico licor de hierbas que tan de moda está en Valladolid tras las comidas, fue lo que hizo de la comida, una estupenda experiencia.
La cuenta nos la trajo el camarero pinchada en la uña, tipo chincheta, para que no se volase con el aire acondicionado.
sábado, 30 de abril de 2011
Bitoque de Albia, Rodriguez Arias 32, Bilbao
A este post solo le va a faltar una cosa, quizá la que era más importante para mi, aparte de probar las exquisiteces de Darran Williamson; y no es más que una foto con el susodicho.
Si amigos, porque una vez más, Diano es mongola y espera al final de la comida para hacerse las fotos, momento en el que todo el mundo ha desaparecido del mapa.
Pero bueno, vamos al temario.
Lo primero, un gran agradecimiento a Darran. ¿Por qué? Veréis, éste hombre ha ganado numerosos premios, trabajó con Berasategi y en fin, tiene unas ideas culinarias que me encantan. Os estaréis preguntando qué es lo que tengo yo que agradecer de ahí.
Pues simplemente el que es un trozo de pan.
Sinceramente, todos sabemos que yo no soy nadie, y aun así, él me ha abierto las puertas del Bitoque mostrándome lo mejor de si mismo, ahí donde otros ni siquiera se molestan en contestar a mis mensajes cuando les comento que voy a ir a comer para hacer una crónica de mi experiencia allí como cocinera y en fin, bloggera.
La velada comenzó con él saliendo de la cocina a saludarme, detalle muy importante. Ahí fue cuando le dije que me sorprendiese con algo, momento en el que me podía haber hecho una pedorreta. Pero no, el hombre me sorprendió, y cómo lo hizo.
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El primer pintxo que nos ofreció (fuera de carta) fue unos tomates sobre mezclum baby, gomasio y salsa (de color verde y sabor no identificado, soy malísima para esas cosas).
El camarero dijo que era mousse, pero en fin, eran tomates. ¿Que se deshacían en la boca? Si, pero eran tomates. Unos tomates que, mezclados con la salsa, el mezclum y el gomasio de frutos secos, entre los que predominaba el sésamo, hacía salivar cosa mala. Pero no fue lo único.
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La segunda aparición estelar fue la de la "Brandada de bacalao, tapenade y skins".
Debo empezar comentando que la única razón por la que pedí ésto es porque mi acompañante quería, ya que, siendo sincera, viviendo en la tierra del bacalao, lo odio con mi vida.
Aun así, como iba a hacer una crítica, tenía que probarlo. ¡Y en qué hora! Si mi compañero de andaduras no llega a pararme, ¡me como hasta el plato!
Impresionante sabor, suave pero con ése toque de bacalao que no empalaga y hace las delicias de cualquier paladar, incluyendo el mío, aférrimo defensor de ningún pescado salvo la merluza.
El tapenade les resultó a mis glándulas salivares ligeramente salado, pero el detalle de las pieles de bacalao para untar las cositas, la presentación y el sabor, formaron una conjunción perfecta.
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El momento en el que apareció el "Cochinillo asado con mermelada de cítricos" fue apoteósico. Simplemente olvidé que tenía acompañante y me dediqué a deborarlo a cinco manos, como una cochinilla.
Pensareis que soy una pelota, que ni tanto ni tan calvo, pero qué queréis que os diga, es el mejor cochinillo que he probado en mi vida.
La carne estaba tierna, se deshacía con solo mirarla dejando, además de un sabor exquisito mezclado con esa mermelada tan exótica, una sensación de suavidad en boca sorprendente, en contraste con el crocante de la piel.
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Cuando creíamos que íbamos a implosionar y estábamos eligiendo dos pintxo-postres para pedir, dió igual porque el camarero decidió seguir trayendo más y más comida.
"Ensalada de pollo tandori, pepino, yogur y menta".
No pude evitar relacionar la conjunción de sabores con aquella vez que fui a comer al restaurante Búlgaro.
Refrescante contraste entre frío y caliente, muy muy rico... Y el pollo me dejó impresionada. Jugoso como no he visto otro y crocante por fuera.
Oye, no se cómo lo hace, pero yo quiero aprender de él, es un auténtico genio de la gastronomía pintxil, y si domina así éstas cosas, está claro que en un restaurante haría las delicias de cualquiera que se acercase.
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"Hamburguesa de atún rojo con ensalada de caviar" es el último plato que apareció en nuestra parcela de barra sin que lo pidiésemos, y es que yo me negué después de la horrorosa experiencia de hamburguesa de carabinero de Zortziko, la cuál fue, junto con el resto de comida (por llamarlo de alguna manera) una desilusión tras otra (un cacho de carabinero seco y asqueroso que sabía a zapato).
Pero bueno, ya que tuvo la bondad de traerlo, nunca supimos por qué, lo probé. Y maldita la hora, de nuevo. ¿Pero qué era eso? La mejor hamburguesa pesquera que he probado en mi vida.
Me gusta el atún rojo, claro, pero ésto hizo que sintiese ansias de comerme hasta el plato. Con esa salsita de tomate desligada con aceite de oliva... Imposible resistirse.
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El postre obligado fue el llamado "Txiki irlandes caliente".
Claro, vas a comer a un lugar cuyo chef es irlandés, y no se te ocurre una mejor manera de coronar la comida.
¿Que no sabía que iba a ser un café? Pues también, pero rico estaba, desde luego.
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La original manera de presentar la cuenta, que es algo en lo que siempre me fijo, como colofón final de una buena o mala comida, fue tan sorprendente como el resto. Una tapadera de lata de atún (por ejemplo, es que sigo relamiéndome por el atún), ahí donde lo veis.
La decoración, muy interesante, sobre todo desde el punto de vista que nos interesa, el culinario, ya que estaba perfectamente expuesto el precio y las opciones pinchiles en gigantesco, para que todo el mundo pudiese verlo, además de ofrecer una lista de todos los premios gastronómicos recibidos.
Una crítica negativa se la va a llevar el camarero, que aparte de contestarme bastante bordemente cuando le pedí que llamase a Darran para despedirme (cosa que al final, por cierto, no pude hacer), no paraba de observarme mientras comía, lo cual me pone negra carbón.
Si amigos, porque una vez más, Diano es mongola y espera al final de la comida para hacerse las fotos, momento en el que todo el mundo ha desaparecido del mapa.
Pero bueno, vamos al temario.
Lo primero, un gran agradecimiento a Darran. ¿Por qué? Veréis, éste hombre ha ganado numerosos premios, trabajó con Berasategi y en fin, tiene unas ideas culinarias que me encantan. Os estaréis preguntando qué es lo que tengo yo que agradecer de ahí.
Pues simplemente el que es un trozo de pan.
Sinceramente, todos sabemos que yo no soy nadie, y aun así, él me ha abierto las puertas del Bitoque mostrándome lo mejor de si mismo, ahí donde otros ni siquiera se molestan en contestar a mis mensajes cuando les comento que voy a ir a comer para hacer una crónica de mi experiencia allí como cocinera y en fin, bloggera.
La velada comenzó con él saliendo de la cocina a saludarme, detalle muy importante. Ahí fue cuando le dije que me sorprendiese con algo, momento en el que me podía haber hecho una pedorreta. Pero no, el hombre me sorprendió, y cómo lo hizo.
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El camarero dijo que era mousse, pero en fin, eran tomates. ¿Que se deshacían en la boca? Si, pero eran tomates. Unos tomates que, mezclados con la salsa, el mezclum y el gomasio de frutos secos, entre los que predominaba el sésamo, hacía salivar cosa mala. Pero no fue lo único.
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Debo empezar comentando que la única razón por la que pedí ésto es porque mi acompañante quería, ya que, siendo sincera, viviendo en la tierra del bacalao, lo odio con mi vida.
Aun así, como iba a hacer una crítica, tenía que probarlo. ¡Y en qué hora! Si mi compañero de andaduras no llega a pararme, ¡me como hasta el plato!
Impresionante sabor, suave pero con ése toque de bacalao que no empalaga y hace las delicias de cualquier paladar, incluyendo el mío, aférrimo defensor de ningún pescado salvo la merluza.
El tapenade les resultó a mis glándulas salivares ligeramente salado, pero el detalle de las pieles de bacalao para untar las cositas, la presentación y el sabor, formaron una conjunción perfecta.
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Pensareis que soy una pelota, que ni tanto ni tan calvo, pero qué queréis que os diga, es el mejor cochinillo que he probado en mi vida.
La carne estaba tierna, se deshacía con solo mirarla dejando, además de un sabor exquisito mezclado con esa mermelada tan exótica, una sensación de suavidad en boca sorprendente, en contraste con el crocante de la piel.
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"Ensalada de pollo tandori, pepino, yogur y menta".
No pude evitar relacionar la conjunción de sabores con aquella vez que fui a comer al restaurante Búlgaro.
Refrescante contraste entre frío y caliente, muy muy rico... Y el pollo me dejó impresionada. Jugoso como no he visto otro y crocante por fuera.
Oye, no se cómo lo hace, pero yo quiero aprender de él, es un auténtico genio de la gastronomía pintxil, y si domina así éstas cosas, está claro que en un restaurante haría las delicias de cualquiera que se acercase.
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Pero bueno, ya que tuvo la bondad de traerlo, nunca supimos por qué, lo probé. Y maldita la hora, de nuevo. ¿Pero qué era eso? La mejor hamburguesa pesquera que he probado en mi vida.
Me gusta el atún rojo, claro, pero ésto hizo que sintiese ansias de comerme hasta el plato. Con esa salsita de tomate desligada con aceite de oliva... Imposible resistirse.
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Claro, vas a comer a un lugar cuyo chef es irlandés, y no se te ocurre una mejor manera de coronar la comida.
¿Que no sabía que iba a ser un café? Pues también, pero rico estaba, desde luego.
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La decoración, muy interesante, sobre todo desde el punto de vista que nos interesa, el culinario, ya que estaba perfectamente expuesto el precio y las opciones pinchiles en gigantesco, para que todo el mundo pudiese verlo, además de ofrecer una lista de todos los premios gastronómicos recibidos.
Una crítica negativa se la va a llevar el camarero, que aparte de contestarme bastante bordemente cuando le pedí que llamase a Darran para despedirme (cosa que al final, por cierto, no pude hacer), no paraba de observarme mientras comía, lo cual me pone negra carbón.
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