jueves, 19 de mayo de 2011

Accidentes en las cocinas (II)

Cuando no estabas agónico por los inminentes exámenes, era estupendo tener a alguien en la partida (el grupo de cocina, tu equipo) que no parase de liarla, sobre todo si no te lo ponían de pareja.

Era divertido ver las distintas fases por las que pasaba el jeto de un profesor, cómo se le iban hinchando más y más los venorrios de cuello y frente, cómo se agarraba a la encimera, sangrando por las uñas, para no meterle un puñetazo y dos patadas giratorias, y por último, cómo finalizaba el momento de más presión de la mañana con un alarido digno de Tarzán.

Hoy estoy dispuesta a compartir con vosotros una experiencia propia, que también involucra a una amiga muy cercana de la escuela y de la cual, por supuesto, omitiré el nombre.

Eran vacaciones de carnaval, y como nuestra escuela estaba situada en el campus universitario, había que proporcionar servicios mínimos a los universitarios, porque sin unas buenas lentejitas en el estómago, no se puede estudiar igual.

El tema fue que, por parejas, nos repartieron las tareas a realizar.
Aquel día había que dejar preparada una salsa de tomate para el día siguiente, así que allí que bajamos mi amiga y yo (la escuela contaba con tres plantas, una de cuartos fríos de preelaboración, otra de cocina caliente y la última de aulas teóricas), con un par de marmitas de 60L para llenarlas de tomate triturando.

El día ya empezó mal cuando una profesora a la cual no habíamos visto en la vida (estábamos ya en segundo) , empezó a perseguirnos con una bolsa de basura por un pasillo paralelo (separado por dos cristaleras y, entre ellas, las aulas frías) gritando como una posesa. Y es que algún mamón nos había cargado con el muerto de haber dejado esa bolsa ve tu a saber dónde (y eso que bajábamos por primera vez en la mañana...).
Una vez hechas las pertinentes aclaraciones sobre nuestro lugar de referencia, el piso de arriba, la mujer se fue refunfuñando con su nueva amiga (y única, por lo visto) la basura.

Tras este percance, logramos llegar al almacén de latas, donde nos esperaban litros y más litros de tomate. Pero no olvidemos que también teníamos que subir jamón de la cámara de carnes para unos bocadillos a media mañana. Así pues, como nos pillaba de camino, lo cogí y lo metí en una marmita, para que con el traqueteo del carro, no se nos cayese.

Al ir abriendo las latas en "verduras" (el cuarto frío de verduras), nos montamos una cadena.
Yo abría las latas, ella las iba echando, y luego llevábamos las latas al compactador latiense (corriendo, antes de que la loca de la basura volviese).

Limpiamos todo, iniciamos nuestro camino hacia la planta de arriba y... Mirando el tomate, pensé... ¿Qué cuernos hay ahí? Sudores fríos recorrieron mi espalda. "Oh no, oh no, oh no, no la he avisado de que el jamón estaba ahí".

Un profesor se acercaba, podía olerlo. La tragedia estaba cada vez más cerca. Miré a mi amiga y supimos que no había mañana. Metí el brazo hasta el codo para rescatar el jamón y huí de allí. Una vez lavado, subimos como si nada hubiese pasado.

El profesor echaba espuma por la boca, ya que por lo visto habíamos tardado demasiado...
Qué quiere, estábamos investigando la aromatización del tomate con jamón en frío...

1 comentario:

  1. Ainsssss!!
    Mi kerida amiga.
    recuerdo ese dia!!
    y lo k hicimos en el almacen... jajajjaja
    (L)

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